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Políticas de Estado

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JUAN MARTÍN POSADAS
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El tema de esta columna llega algo tarde. En cuanto a consecuencias prácticas inmediatas no es dable esperar ninguna. Sin embargo, lo que podía haber sido es, muchas veces, un juicio sobre lo que fue.

Toda la vida hemos escuchado la exaltación y la necesidad de que haya políticas de estado en los grandes asuntos que afectan a la Patria (o al bien común). Las políticas de Estado se llaman así para diferenciarlas de las políticas de partido. Quizás no sea tanto para diferenciarlas que se las llama así sino para protegerlas de los entusiasmos (o berretines) partidarios.

Este concepto -política de Estado- es honrado (verbalmente) por todos los ciudadanos y todos los partidos. Quienes lo sienten en el alma y lo proclaman con desesperación son los ciudadanos de buena voluntad, que no se sienten parte de ningún partido, y comprueban, con desgarramiento y desesperación, algunas conductas partidarias que impiden cinchar todos juntos por una causa común.

La vida política en democracia se desarrolla en el interjuego de los partidos políticos, pautado cada 5 años por elecciones. Esas elecciones abren la posibilidad, sana y democrática, de que un Partido suceda a otro. Por tanto es normal que a un rumbo de gobierno le suceda otro distinto. Pero la alternancia, que es saludable, tendría que dejar afuera de ese vaivén ciertos asuntos que por su gravedad requieren de una estabilidad consentida tácitamente por todos. Hasta aquí todos de acuerdo.

Ahora bien, cuando una situación mundial de pandemia afecta seriamente la salud pública de nuestro país y las autoridades de gobierno, legítimamente elegidas, respaldadas por el elenco más prestigioso de científicos con que cuenta este país, elige una política de respuesta a la crisis basada en un concepto de libertad responsable ¿no es esto una política de estado, legítima, clara y fundada? Si a esta opción se le opone -abierta o solapadamente, por sí o por otros- lo contrario, como sería el caso de demandar una cuarentena obligatoria, se está desconociendo el respeto, tan mentado y tan reclamado, a las políticas de estado: por lo menos a esta.

No debe haber caso más nítido y menos discutible de la necesidad de deponer diferencias partidarias y aglutinarse detrás de las directivas emanadas del gobierno que una situación de epidemia tan grave como la que nos azota. Sin embargo hay quienes desde el primer día de la amenaza están en contra. Cuando no pueden expresarse abiertamente en contra dicen: está bien pero es poco o está bien pero llega tarde: y siempre en términos despectivos.

No es posible interpretar esta reacción como una preocupación superior por la salud de la población sino más bien como lo que se muestra: una necesidad partidaria de diferenciarse políticamente. Esa necesidad partidaria de marcar una diferencia, que es aceptable en tiempos y asuntos de normalidad, no lo es en tiempos de tormenta, cuando está en juego algo más serio para el país que las diferencias partidarias.

El Frente Amplio se está arrinconando a sí mismo en una posición de no poder colaborar en nada con el gobierno. Cuando el estar en contra se convierte en relato identitario, esa ubicación no se puede abandonar más. La opción por el no en todo, por la oposición cerrada, convierte en opositor por definición a quienes así optan. Es decir, se trata de una opción por salir placé.

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