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Pintoresco, importante

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Casi toda la primera quincena de julio estuvo absorbida por la atención puesta en el fulminante retorno a sus casas de los recién nombrados jerarcas de UTE, el puerto y la Corporación, más los amagues y circunloquios del Canciller.

Titulares en mayúscula, horas de televisión, análisis y pronósticos de todo tipo. Los periodistas se amontonaban preguntando y los dirigentes políticos se apresuraban a responder. Creo que unos y otros, una vez más, confundieron lo importante con lo pintoresco.

En ese mismo período de tiempo tuvo lugar un acontecimiento del cual, si bien se informó, nadie le dio la importancia que tiene, una importancia mayor a la de los otros sucesos que he mencionado más arriba. Me refiero al cierre de Envidrio.

Envidrio era, desde su fundación, un símbolo, es decir, algo cargado con un significado de gran densidad. El cierre de Envidrio ahora decretado, su defunción tomada como decisión y no como fatalidad, puede convertirse -siempre y cuando el país entienda el significado- en el epitafio de una época mental-cultural del Uruguay. Podría llegar a constituirse en la clausura simbólica del país que no quiere morir. Me explico.

Hace ya mucho tiempo, en junio de 1996, publiqué un libro con ese título. “El País que no Quiere Morir” (Ed. Fin de Siglo). Me desvelaba en ese entonces el esfuerzo que se invertía para conservar funcionando empresas de gran pasado pero sin ningún futuro.

Todo eso se hacía pensando que era un esfuerzo patriótico. En aquel libro repasaba el caso de empresas que los uruguayos de hoy quizás ni hayan oído mencionar: la ONDA, RAUSA, el Banco Comercial y unas cuantas más. Todas murieron después de haber consumido ingentes esfuerzos, humanos y económicos.

El cierre de Envidrio, cooperativa inventada para sustituir a la moribunda empresa Cristalerías del Uruguay, puede llegar a constituirse en un acto simbólico de abandono consciente de una política que, durante muchos años, fue honrada y legitimada como un deber ético y una buena solución económica, siendo que fue solo obstinación y cortedad de miras. Puede ser el primer paso para el cambio de una mentalidad nacional envejecida; el esfuerzo aplicado a no morir siempre es en menoscabo del esfuerzo por renacer.

En todos los órdenes de la vida -y en el económico también- hay defunción y hay engendramiento. Cambiar una cultura nacional de atención y asistencia a lo que está por morir y sustituirla por atención y asistencia a lo que puja por nacer es un cambio fenomenal; para el Uruguay sería uno de los cambios más necesarios.

Nada de esto quiere decir proclamar el abandono y dejar que se mueran todos los que viven o sobreviven en torno a emprendimientos económicos desahuciados y sin futuro. Quiere decir reencaminar y recapacitar a todos aquellos comprometidos con algo que lleva la muerte pintada en su frontispicio y aplicarlos o darles impulso y condiciones para que se comprometan con lo que busca nacer y merece más atención que lo que va a morir.

Pero en estos días nadie habló ni pensó sobre esto, tan importante (y desgraciadamente tan uruguayo): todos han estado atrapados por lo pintoresco.

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