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Permanente y pasajero

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juan martín posadas
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El tiempo que transcurre desde fines de noviembre hasta el primero de marzo se llama período de transición.

Es un tiempo de ambigüedad porque es una cosa para los que se van y otra para los que vendrán y -razonablemente- no es vivido de la misma manera por unos y por otros. Pero es un tiempo de todos, inscripto en la regularidad histórica de un país que vive en democracia.

Con todo, tiene mucho de suspenso: contiene lo que va a pasar, las promesas y compromisos del gobierno que vendrá, pero no empieza hasta el primero de marzo. Debería ser aludido siempre así, en una ambigüedad expectante, evitando los anticipos de catástrofe segura que supuran algunos de los agoreros desplazados.

Este período de transición-suspenso transcurre en dos ámbitos principales: el económico y el que podría llamarse político, pero es mucho más que eso como se verá. En lo económico el gobierno recién votado ha anunciado una serie de cambios y medidas. Ellos corresponden a la nueva visión de los que asumen y a las características, también nuevas, de la situación económica global, muy diferente hoy de cuando soplaba el viento de cola que duró casi todo el ciclo de gobierno frenteamplista. En virtud de ello se hacen necesarios algunos ajustes. El gobierno saliente no encaró esos ajustes en su momento porque -es mi interpretación- intuía hace ya un tiempo que iba a perder las elecciones y por eso los dejaba para quienes habrían de encararlos después.

Quizás más importante que lo económico sea lo político, en el sentido amplio contenido en las palabras del futuro Presidente cuando dijo, interpretando tanto su misión como la realidad del país, que lo que se venía no sería la sustitución de una mitad del país por la otra mitad. En otras palabras: está planteada una tarea de consolidación de la nación. Esta formidable y noble tarea tiene lugar principalmente en el imaginario colectivo.

El imaginario colectivo se construye en base a gestos y acciones simbólicas. La concurrencia conjunta -hasta en el mismo avión- del Presidente saliente y el Presidente entrante a la transmisión del mando en la Argentina tiene un potencial fenomenal en la construcción simbólica del ser nacional, la construcción de esta nación en el tiempo que vivimos (que es continuación del tiempo que está por quedar atrás y no ruptura).

La institución imaginaria de la sociedad, tal como la define Castoriadis, es la base y condición para el sustento de la nación. El mundillo de la política se fue permitiendo agravios y descalificaciones durante la campaña electoral. El ciudadano común, en general, habita un mundo afuera del círculo político. El ciudadano común que puso en su ventana una insignia partidaria no siente ningún motivo para dejar de saludar ni de tratar como siempre al vecino que puso una balconera diferente en su balcón.

Esa realidad de la vida cotidiana es reforzada y sancionada cuando encuentra gestos simbólicos como el mencionado en la concurrencia conjunta a la toma de posesión en la Argentina. Es de ese modo que se va consolidando el relato -espléndido y, a la vez, normal- de la convivencia cívica uruguaya que tramita sus diferencias políticas sin destruir a la nación. Es sobre ese idioma que se ha ido pronunciado el relato nacional uruguayo a través de generaciones; está en todos nosotros conservarlo.

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