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¿Qué pasó? (III)

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juan martín posadas
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Voy a redondear hoy mi análisis de la derrota electoral del Frente Amplio y lo que ella muestra acerca del Uruguay.

He encarado así el asunto no por una preocupación directa respecto a la suerte del Frente Amplio sino porque creo que el proceso de esa derrota se explica globalmente por un desconocimiento o apartamiento de parte del Frente de aspectos propios del alma nacional o de la acumulación histórica del país y de eso conviene hablar.

El Frente Amplio no perdió la elección pasada sino que, como explicó Bottinelli y cité anteriormente, comenzó a perder votos desde su primer gobierno. Hay una larga historia de encuentros exitosos entre el Frente Amplio y el pueblo uruguayo que le dieron a ese Partido un peso político enorme. Pero ese encuentro se fue convirtiendo en desencuentro por el modo de blandir el poder que han demostrado los sucesivos gobiernos frentistas. Ese estilo de manejo del poder desconoce valores muy uruguayos.

La semana pasada me referí a la valoración de los equilibrios y al aprecio por la desconcentración del poder que nuestro país fue aprendiendo y asimilando en el curso de su historia democrática y republicana. Agrego que el Frente Amplio utilizó su poder en el gobierno para imponer un relato segregador. Eso afectó un sentido de igualdad y de rechazo desconfiado a cualquier tipo de aristocracia, sentimiento también muy arraigado entre los uruguayos. El Frente Amplio -y concedo la posibilidad de que haya sido con buenas intenciones- dividió al Uruguay. En el relato frenteamplista hay dos Uruguay, de un lado están los elegidos y del otro los réprobos; El Frente, sus dirigentes más visibles, no bregaron por un Uruguay con mayor justicia, que pasase progresivamente de relaciones menos justas a relaciones más justas sino que lo partió en dos, comprometiéndose con una parte y cortando relaciones con la otra. Creó el imaginario de un Uruguay dividido en el cual el progreso era concebido como la derrota de unos y la victoria sobre los otros. En este sentido es esclarecedora la declaración del Frente después de la victoria electoral del Partido Nacional. Esa declaración se coloca sobre un eje: “disponerse a la resistencia” (sic). Llamar a la resistencia evoca la convocatoria ante una invasión enemiga o la actitud ante una epidemia. No solo reniega de la colaboración con el nuevo gobierno sino hasta de la mera cohabitación.

Resumiendo lo desarrollado en los tres últimos artículos; el Frente Amplio, en su manejo del poder desde el gobierno y dese su posición hegemónica, fue ofendiendo en mayor o menor medida sentires muy hondos y muy propios del Uruguay: el sentido de la igualdad, el rechazo a la prepotencia, el sentimiento de unidad en la diversidad y la valoración del trabajoso aprendizaje histórico para elaborar un sistema de convivencia de divergentes sin exclusiones, sin mandamases y sin centros de poder habilitados a aplicar la pesada, a llevarse por delante tanto la ley general como a los que tuviesen una opinión divergente.

La vida política es el proceso fluido y abierto de encuentros y desencuentros entre los actores políticos (los Partidos) y la historia de la gente: es un vaivén de confianzas y desconfianzas. Los viejos tenemos la tendencia a pensar que el Uruguay dejó de ser lo que era. La correcta interpretación del resultado electoral nos muestra que hay valores que todavía rigen y que explican conductas y reacciones más allá del detalle y del análisis superficial.

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