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¿Qué va a pasar?

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No es fácil captar con exactitud los estados de ánimo de la sociedad. Para comenzar, hablar de la sociedad como una sola cosa y que toda ella comparta un común estado de ánimo, es un error; las sociedades humanas no son homogéneas. En concreto, el Uruguay de hoy es bastante menos homogéneo que el Uruguay de hace unos años. Dicho esto: ¿cómo es el estado de ánimo colectivo hoy en nuestro país?

No es fácil captar con exactitud los estados de ánimo de la sociedad. Para comenzar, hablar de la sociedad como una sola cosa y que toda ella comparta un común estado de ánimo, es un error; las sociedades humanas no son homogéneas. En concreto, el Uruguay de hoy es bastante menos homogéneo que el Uruguay de hace unos años. Dicho esto: ¿cómo es el estado de ánimo colectivo hoy en nuestro país?

Me parece que es de cautelosa perplejidad: hay menos certezas y más precauciones. Todo proviene de dos causas principales. La cuestión económica viene mal y la cuestión política también: desde los dos ámbitos se generan inquietudes y preguntas. El estado de ánimo es ¿qué va a pasar? Por lo que se ve el suspenso va a ser prolongado, por los menos cuatro años más.

La economía viene mal, en el agro tremendamente mal. Allí se cortó un flujo de riqueza y bonanza enorme y sin precedentes. Los precios, se sabe, no volverán a ser los de antes y aunque la riqueza acumulada pueda insinuar engaño -la camioneta que se compró cero kilómetro parece nueva todavía dos o tres años después- la apariencia ha de durar necesariamente poco.

En Montevideo los ingresos también son menores: la moneda pierde valor por la inflación y hasta los gremios saben -aunque no lo digan para afuera- que el ajuste es inexorable. El gobierno vaciló mucho respecto a la economía; avisó de entrada que había encontrado las cosas peor de lo que pensaba, pero después hizo un presupuesto abiertamente optimista, basado en una expectativa de ingresos fiscales completamente fantasiosa.

En lo político las vacilaciones del gobierno son de porte mayorista y, en consecuencia, las incertidumbres y la inquietud que generan son tremendas. Tironeado internamente, con un presidente solo y sin línea de comunicación ni con el Parlamento ni con la fuerza política que lo sustenta, obligado por triste necesidad a solidarizarse con su vicepresidente y a separarse de las declaraciones del Plenario del Frente, deja abierta de par en par la mayor de las incertidumbres al país. El uruguayo -tanto el de arriba tanto como el de abajo- ha mantenido tradicionalmente una estrecha referencia con el estado y el gobierno vinculada a lo que se espera que dé o a lo que se teme que imponga. Y el Frente Amplio, sustento político del gobierno y alimento ideológico-cultural de medio país, ha perdido la voz (la palabra articulada, el discurso): sus seguidores solo pueden escuchar el griterío. ¿Qué va a pasar en los próximos tres o cuatro años?

Alguna otra vez, en otros momentos difíciles del país, pensé que la hora exigía de los dirigentes políticos un discur-so para la crisis. Eso quiere decir una postura viril y sin engaños fáciles, que identifique con claridad las características de la tormenta y, a la vez, que contagie ánimo para hacerle fren-te sin amilanarse y -como decía el viejo caudillo- sin perder en la contienda ni una prenda del apero. Por no poder esperar nada de eso desde el gobierno no se debe pensar que no lo habrá.

Se espera en estos momentos de los dirigentes políticos principales -estén en el partido que estén- que actúen como baqueanos, señaladores del rumbo aunque no haya huella trazada, expertos en avisorar cómo será el tiempo de mañana según el color que vayan tomando las nubes en las últimas horas del ocaso. Porque, de que estemos ante un ocaso, no caben dudas.

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Juan Martín Posadas

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