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El Partido Nacional

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Escribo el viernes; cuando este texto sea publicado y leído el domingo habrá tenido lugar la Convención del Partido y se habrá renovado el Directorio según los respaldos de cada lista.

El Partido Nacional, como todos los partidos políticos del Uruguay, cumple un rol de mediación entre la sociedad civil y el estado. Ese rol mediador tiene lugar en la creación y el manejo del imaginario social.

Hablar de imaginario social no es fácil. Las sociedades humanas viven, luchan y eligen rumbos de acuerdo a necesidades materiales, pero también de acuerdo a construcciones simbólicas que sus miembros elaboran. Esas construcciones simbólicas son determinantes para la forma en que esa sociedad construye sentido y ellas marcan la diferencia entre lo que se considera valioso y lo que no. La imagen que de sí misma se da una sociedad comporta la preferencia de los objetos, las ceremonias, las expresiones, las memorias y las actitudes en las que se encarna aquello que para esa sociedad tiene significación. Vale decir: le proporciona al individuo un arraigo que le permite situarse en alguna parte y le transfiere una cierta herencia. No somos uruguayos solo por haber nacido en la orilla de acá del río sino porque desarrollamos un universo simbólico propio.

Hay sujetos políticos -y el Partido Nacional es uno de ellos- que no se agotan en la representación de una clase social concreta o de un sector y que tampoco son el resultado de la creatividad de alguna elite intelectual o económica. Se trata de construcciones discursivas, de andamiajes simbólicos, nacidos de la historia y de la esfera política como tal, y que ofrecen desde allí una interpretación veraz y apasionante de la sociedad en cuyo seno se producen. Son evocación creativa de la añoranza, lectura sagaz del presente y una proyección de un porvenir deseable y posible. Eso es el viejo-nuevo Partido Nacional.

El Partido Nacional es Oribe en el Cerrito, Leandro Gómez en las ruinas de Paysandú, es el vecino alzado Aparicio Saravia cabalgando tras el ideal de dignidad arriba y regocijo abajo, es Herrera transformando a un partido armado en un partido votador, es el Mar del Plata II navegando por el Río de la Plata con la marina de guerra atrás, es el discurso de Wilson en la explanada…

Todo eso ha ido tejiendo un universo simbólico propio, de una calidez y una riqueza enorme, lleno de emoción y de afectos, por un lado, y en el que se va formando un modo de concebir el Uruguay que no es solo sentimiento sino interpretación-creación. Habitando y sosteniendo ese universo simbólico se encuentran las nociones fundamentales: nacionalismo, identificación de lo nuestro, defensa con uñas y dientes de lo nuestro, sentido de igualdad sin privilegios, integración nacional (con el Uruguay interior, en el doble sentido del término), libertad individual, sociedad con espacio para el individuo, país para todos y no para unos pocos, respeto y defensa de la ley (también para todos, sin privilegiados), rebeldía, no sometimiento, rechazo de la rutina y apertura a la innovación y a seguir cabalgando… En una palabra, una forma de interpretar y de sentir el Uruguay que es pasión y proyecto a la vez.

Partido “de hondas tradiciones y renovados horizontes, tan rico en tragedias como en canciones, generoso hasta la desmesura en sus afectos y ennoviado desde siempre con la libertad”; hoy en el gobierno, tantas veces en el llano, siempre dispuesto a la lucha y al sacrificio porque, como cantamos a voz en cuello en la marcha de Tres Árboles: vivir es combatir (y tener claro por qué se combate y contra qué).

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