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Un país de acuerdos

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Entre las celebraciones de la Asamblea Constituyente de 1916 figuró la publicación del libro en coautoría “La Constituyente de 1916, Fundación de la Democracia” de la serie “Los Blancos” dirigida por Guillermo Seré. Las renombradas plumas que intervinieron en la confección de dicho libro señalan que en esa Asamblea se estableció con firmeza definitiva la democracia en nuestro país.

Entre las celebraciones de la Asamblea Constituyente de 1916 figuró la publicación del libro en coautoría “La Constituyente de 1916, Fundación de la Democracia” de la serie “Los Blancos” dirigida por Guillermo Seré. Las renombradas plumas que intervinieron en la confección de dicho libro señalan que en esa Asamblea se estableció con firmeza definitiva la democracia en nuestro país.

De los muchos aspectos valiosos a rescatar y conmemorar, quiero detenerme en uno que es subrayado por varios de los autores intervinientes en el libro. Romeo Pérez lo expresa diciendo que “nuestro país merece innegablemente la caracterización de Estado de consenso”. Daniel Corbo, por su parte, afirma que las circunstancias (en el momento previo a la Asamblea Constituyente) “empujaron a las dos fuerzas políticas determinantes y rivales a encontrar una conciliación de sus posiciones respectivas”. Y Buquet: “lo que caracteriza al sistema de partidos uruguayo y le confiere altos niveles de institucionalización es la capacidad de sus actores políticos para pactar reglas que generan un amplio consenso y favorecen la estabilidad política”.

El hecho es que en esa asamblea Constituyente tomó forma definitiva algo que, a modo de instinto político-patriótico, había inspirado a los orientales desde siempre, aun en el fragor de las guerras civiles: las discrepancias han de ser resueltas a través de un pacto o mediante acuerdo político. La historia de nuestro país, la que contiene sus momentos más lúcidos y constructivos, es la historia de nuestros pactos y nuestros acuerdos. Sea que se interprete como realismo ante una imposición de la realidad, o se interprete como generosa sagacidad política, el Uruguay, aún desde muy temprana fecha, entendió que no era bueno (para nadie) empujar al adversario político al abismo, ni que uno ganara todo y el otro perdiera todo, que la nación solo sería una construcción sólida si, institucionalmente y según pleno derecho, albergaba a todos y todos tenían en ella su lugar bajo el sol, plena y universalmente reconocido. En nuestro trayecto nacional ha habido unos pactos mejores y otros peores, de eso no hay dudas, pero lo destacable es la vocación acuerdista.

En el presente esa tradición y ese instinto están menos firmes. El Frente Amplio tiene mayorías absolutas -se las dio el voto- y no precisa pactar con nadie. Ha aprovechado su momento de fuerza para colonizar con su gente hasta el último rincón de la administración pública. Por lo demás, las izquierdas carecen de condiciones naturales para los acuerdos. La izquierda pura es como el Islam: su visión es conquistar y convertir a todos a su fe. La meta, (el socialismo, el reino de la justicia), según los antiguos libros sagrados (los que el Pit-Cnt acaba de regalarle a Vázquez) se alcanza cuando los infieles (los burgueses, los explotadores y los enemigos de clase) se hayan convertido o hayan sido arrojados al mar. Pactar, hacer acuerdos, ni hablar: eso sería directamente traición (o herejía). Me gustan más -y las conmemoro con gusto- las tradiciones de mi país, con sus pactos, sus acuerdos, sus transacciones y un lugar espacio-so y reconocido para todos (incluso, por supuesto, para ellos). El Uruguay de hoy tiene necesidad de defensa y cultivo de esos valores y aplicarse a ello sería una tarea oportuna y gratificante para quien quiera actualmente dedicarse a la noble faena política.

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Juan Martín Posadas

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