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Niño rico

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El año 2014 termina con el chisporroteo y las libaciones consabidas de todos los fin de años pero agregando una nota de cautela. El viento de cola que impulsó la economía y llevó el PBI a desconocidas alturas ha cesado.

El año 2014 termina con el chisporroteo y las libaciones consabidas de todos los fin de años pero agregando una nota de cautela. El viento de cola que impulsó la economía y llevó el PBI a desconocidas alturas ha cesado.

No es que se haya puesto del lado de la puerta, como se dice vulgarmente -no hay cataclismos en ciernes- pero la bonanza generosa y sostenida se acabó y tanto políticos como empresarios están al corriente. Lo que sigue sin ser elaborado y sin que nadie se anime a hincarle el diente es la condición básica del Uruguay como país vulnerable. Veamos.

El Uruguay, en cuanto país, se ha manejado tradicionalmente con reacciones similares a las de una persona que ha tenido una infancia muy feliz y, como consecuencia de esa experiencia venturosa, se ha abandonado a la creencia de que tiene un derecho adquirido sobre la bonanza. Esta situación ha conducido a nuestro país a dos tipos de reacciones nacionales. Por un lado a ser un país de gente quejosa, abrazada a la queja, porque la vida real con la que nos topamos cada día se nos da más dura y hostil que en el relato del ensueño al que creemos tener derecho. Y por el otro lado nos conduce a ser un país que ignora sus flaquezas, que no es capaz de identificar sus puntos débiles, en una palabra, que no tiene noción de los peligros que corre. Esto último es mucho más grave.

Este es un país frágil; pequeño y frágil. Lo ha sido desde su cuna. Lo es en virtud de factores constitutivos permanentes tales como su tamaño, su ubicación geográfica y su génesis histórica. Muy pocos dirigentes prestan atención a estos factores reales y pocas son las voces que se han alzado para advertir a los uruguayos, tanto de nuestras fragilidades congénitas como de la inconciencia con la que insistimos en manejarnos como si ellas no existieran.

La excepción, la voz que nunca dejó de señalar obsesivamente el riesgo en que vive el Uruguay, fue la de Luis Alberto de Herrera. Él y el Partido Nacional en sus mejores corrientes, han arropado su amor a la Patria en la vigilancia atenta con la que se debe acompañar siempre un destino histórico que es y ha sido de riesgo. Como escribía Methol Ferré: “Lo principal de la obra histórica del Dr. Luis Alberto de Herrera está escrito desde un punto de vista preciso: el de las relaciones internacionales del Uruguay (...) y con un objetivo no menos preciso: defender el nuevo ser histórico que era su patria, tener conciencia y por consiguiente alertar de los peligros que amenazaron -y que pueden amenazar- su frágil existencia. Es una historia de centinela, de custodio del país, atento a todo riesgo y presagio en el horizonte de su hogar”.

Los tiempos que se avecinan nos convocan a reflexionar. No sabemos cuánto puede durar esta coyuntura y si se agravará o no, pero la fragilidad de base, sea latente o activa, ésa es constitutiva, acompaña siempre. No aparece, lamentablemente, nadie entre los formadores de opinión que se proponga hacerle entender al país que su imaginada condición de niño mimado (o simplemente de niño) es falsa y lo ha despreparado para enfrentar su realidad tal como ella es y ha sido siempre no obstante los espejismos. No hay quien se anime a proclamar que la condición natural del país es la de dormir con el caballo ensillado y el cabestro enroscado en la muñeca. De todas formas: ¡feliz año 2015!

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Juan Martín Posadas

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