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El narcotráfico

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El ser humano inventa mil maneras de defenderse ante los peligros que lo acechan. Algunas veces -por desgracia, demasiadas veces- su mecanismo de defensa consiste en negar el peligro o insistir en no verlo, y cuando no queremos ver, no vemos.

El ser humano inventa mil maneras de defenderse ante los peligros que lo acechan. Algunas veces -por desgracia, demasiadas veces- su mecanismo de defensa consiste en negar el peligro o insistir en no verlo, y cuando no queremos ver, no vemos.

Me he sorprendido a mí mismo estos días en una estrategia de negación respecto a que el narcotráfico sea realmente un peligro para el país. Un peligro serio, un peligro grave. Me temo que el Uruguay en su conjunto está en lo mismo. Negarse a ver el peligro es de las peores maneras concebibles para enfrentarlo.

Todos aceptamos que algo de narcotráfico existe en nuestro país: leemos los diarios. Pero tenemos una tendencia a considerar que, más bien, es un problema que ha adquirido dimensión alarmante y verdadera gravedad en otras latitudes. Imaginamos al narcotráfico como una actividad o cultura de tonada caribeña o centroamericana, algo propio de países muy pobres y muy cercanos al mercado norteamericano, lugares calurosos donde la vida humana no vale nada y donde el dinero compra con facilidad o bien los fallos de los jueces o bien la vigilancia de los carceleros.

Pero un día, para mi sorpresa, leo en la prensa al Sr. Diaz, Fiscal General, declarando que él ya había dicho hace un tiempo que para que empezaran a aparecer sicarios sólo faltaba una cosa: que se encontraran la demanda y la oferta. O sea que, en su percepción particular de las cosas, sólo era cuestión de tiempo y cuestión de precio.

Oigo estos días los informativos de radio y televisión que nos traen las declaraciones de los dirigentes argentinos que acaban de ganar las elecciones allá y me sorprende gratamente el discurso de la nueva gobernadora de la Provincia de Buenos Aires.

Pero nunca hubiera pensado que, con todos los problemas que desde acá le vemos a la Argentina, fuera a decir que, entre sus primeras preocupaciones y medidas urgentes, está el combate al narcotráfico en la Provincia. Y eso fue lo que dijo.

El Jefe de Policía de Montevideo afirma -y no salgo de mi asombro cuando leo sus palabras- que hay zonas de la ciudad, barrios enteros, en los cuales los narcos han desplazado a las autoridades, ya sea mediante el terror o mediante el dinero, y en ese territorio rige exclusivamente su ley. Me pregunto a mí mismo en qué país creía estar o cuánto sé yo de lo que pasa a mi alrededor.

Y entonces me vienen a la memoria los aciagos días de principios de la década del setenta, con bombas y secuestros semanales; mucha gente entonces creía que la guerrilla no iba a pasar del asalto al Casino San Rafael o la interferencia a los relatos deportivos de Solé. Y que nunca sucedería algo tan antiuruguayo como un gobierno militar. No queríamos ver.

El narcotráfico -y todas sus consecuencias- no es algo que pueda pasar, o siquiera que vaya a pasar en el Uruguay. Ya pasó, ya está aquí, corroyendo la salud física y mental de los uruguayos y con mucho dinero: suficiente por ahora para comprar sicarios. ¿En el futuro? ¿Comisarios? ¿Jueces? ¿Legisladores?

Eso nunca va a pasar acá, dirán algunos. Esa misma frase ya la oíamos en los años setenta. ¿O no? La oíamos y nos la repetíamos.

El primer paso para defendernos, la primera medida, es aceptar la realidad: el narcotráfico ya llegó, ya está instalado en el Uruguay.

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Juan Martín Posadas

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