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El mundo en Baires

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Juan Martín Posadas
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Pasó la reunión del G20 y no le prestamos gran atención. No estábamos invitados, es cierto, pero al celebrarse tan cerca podría habernos interesado un poco.

Después de todo, alrededor de esa carpeta se sientan los jugadores más poderosos del mundo. Pero el Uruguay de hoy recela de esa carpeta y de esos jugadores (y del mundo). Antes no éramos así.

Lo único que acá sucedió vinculado con esa reunión en Buenos Aires fue una manifestación por el centro con vidrios rotos y desmanes. Por suerte fue poco, aunque fue dañina y tan negativa como siempre, como negativa y dañina es la mentalidad de los encapuchados que la llevaron a cabo (y festejaron luego su hazaña en el bar de la esquina, después de haberse cambiado en la Facultad de Ciencias Sociales, con la tranquilidad que les da la permanencia de Bonomi en el Ministerio del Interior).

El Uruguay de antes —me refiero al Uruguay anterior a la era frenteamplista— no era tan receloso del mundo exterior y de los poderes que lo manejan. Supimos ser un país pequeño pero sin complejos. Organizamos el primer mundial de fútbol (y lo ganamos) y participamos en la redacción de la carta de la ONU. Ahora solo vemos acechanzas afuera y fomentamos la tendencia al refugio en el rinconcito conocido, justificados por sendos discursos de elogio a la pusilanimidad.

La implantación de la desconfianza timorata empezó en la primera presidencia de Vázquez. Se dio entonces la posibilidad de firmar un T.L.C. con Estados Unidos. Vázquez lo anunció como una oportunidad única, un tren que había que tomar porque pasaría una sola vez. Gargano le salió al cruce: ese tren nos va a atropellar, dijo, hay que evitarlo. El Frente Amplio respiró aliviado y el Uruguay, antes tan libre de esos sustos y complejos de inferioridad, se quedó en el molde, acoquinado ante la firmeza de la voz de Gargano.

Empezamos a hacer nuestra una desconfianza que nunca habíamos sentido. Cualquier invitación de afuera devino sospechosa. ¡Nos quieren embromar! Así fue que rechazamos el T.L.C. con Chile sin haberlo siquiera estudiado. El Frente Amplio nos protegía. Nos decía que los únicos confiables afuera eran Cuba y Venezuela, Kirchner y Lula. A Cuba le tuvimos que perdonar la deuda y Venezuela todavía nos debe por los lácteos; Kirchner nos bloqueó los puentes y Lula el arroz; pero esos eran los amigos según nos ilustraban desde el Frente. Los otros ¡cuidado!, se van a aprovechar de nosotros. Lo mejor es cerrarse, quedarnos adentro de casa: a lo más en el Mercosur (que era la misma burbuja pseudoprotectora junto a los mismos vecinos "confiables"). Los capitostes que nos cuidan nos dicen que también para nosotros "el mundo es ancho y ajeno": de los poderosos más vale estar lejos.

Quizás ahora tengan razón —pienso— ya que hemos decaído tanto en los niveles de instrucción, los profesionales universitarios están menos formados, los diplomáticos no saben inglés y los elencos políticos albergan tantos incapaces y aprovechadores… Pero, no. Al contrario. A esa prédica de que hay que escapar del mundo hostil, capitalista y explotador encerrándonos y buscando así protección (y alimentar una autogratulación estúpida de que somos éticamente mejores) hay que desecharla. Por falsa y por asfixiante. El Uruguay tiene que salirse sin remordimientos del país de Gargano y recobrar su confianza para abrirse al mundo (como en Colombes y Amsterdam).

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