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La mentira, una condena

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El tiempo de las vacaciones permite, en su cálida languidez, que uno se solace en lecturas muy variadas. He leído dos autores rusos que me dan pie para reflexiones sobre el presente del Uruguay. Leí a Vasili Grossman y a Svetlana Alexievich, ganadora del Nobel del año pasado. También releí a V. Havel.

El tiempo de las vacaciones permite, en su cálida languidez, que uno se solace en lecturas muy variadas. He leído dos autores rusos que me dan pie para reflexiones sobre el presente del Uruguay. Leí a Vasili Grossman y a Svetlana Alexievich, ganadora del Nobel del año pasado. También releí a V. Havel.

El imperio de la Unión Soviética fue una vasta construcción política y social, producto de una revolución, que se asentó sobre los huesos molidos y las conciencias trituradas tanto de sus enemigos como de sus propios hijos. Unos fueron devorados en las purgas y en los campos de trabajos forzados y los otros se consumieron en una ilimitada entrega personal a la causa comunista. Resulta impresionante descubrir la relación entre una cosa y la otra.

El altísimo costo humano de miles y miles de hombres y mujeres arrancados de sus familias, de sus rutinas, de sus afectos y sus paisajes y condenados al calabozo, a los juicios simulados, al fusilamiento, al destierro más allá del círculo polar, era algo conocido por todos. Y callado por todos. Unos, los peones de la revolución, los burócratas del estado, lo callaban y lo imputaban como costos, casi insignificantes, en la construcción del sistema. Los otros, las víctimas, sus familiares, vecinos y gente del común, sabían y callaban, para conservar la casa, el reconocimiento social, el trabajo... o la vida.

El imperio de la Unión de Repúblicas Socialistas se desintegró, como sabemos, y la influencia que esa ideología ejercía sobre buena parte del planeta se ha desinflado: quedan vestigios que son casos de obstinación más que de convicción. Las causas del derrumbe fueron varias pe- ro leyendo los autores arri- ba mencionados uno se da cuenta que una de las causas principales fue la instalación de la mentira como política. Se adoptó una tergiversación sistemática de la versión de las cosas: la lealtad destruía la verdad.

Y pienso, ¿qué pasa en un partido político que no puede reconocer y tiene que negar lo que todo el mundo sabe respecto, por ejemplo, a las violaciones a la libertad que se producen en Venezuela? ¿Qué produce en el alma de un partido -de sus dirigentes, de sus votantes- que la lealtad partidaria haya obligado a decir de Cuba lo que todos, ellos incluidos, saben hoy que no es verdad? Produce necesariamente declaraciones como la que acaba de hacer el plenario del Frente Amplio a propósito de las explicaciones de Raúl Sendic.

Vaclav Havel, el dramaturgo checo que encabezó la resistencia en su patria y que, una vez libre de los soviéticos, fue su primer presidente electo, señala en sus “Ensayos Políticos” que su enfrentamiento con el régimen comunista en su país no se asentó tanto en diferencias ideológicas, de teoría económica o en estructuras de clase; él se enfrentó al sistema por un supuesto básico: enfrentar la vida como verdad frente a la vida como mentira. Y agrega: “El poder es prisionero de sus propias mentiras y es por esa causa que tiene que continuar falsificando el pasado, el presente y el futuro (…). El individuo no tiene forzosamente que creer todas esas mistificaciones, pero debe conducirse como si las creyera o, tolerarlas en silencio o, todavía, estar en buenas relaciones con los que las producen. Todo eso obliga a vivir en la mentira”. Innecesario agregar algo más.

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Juan Martín Posadas

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