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La medicina y la política

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Nuestro país -así como el mudo entero- sufre el embate de una epidemia gravísima. Como no se trata de algo confiado al ámbito de un hospital sino desatado en el ancho mundo, de ello se tienen que ocupar, a la vez, los médicos y los gobernantes, o sea, los políticos.

En nuestro país, este gobierno tomó la novedosa y acertada decisión de convocar un grupo asesor científico-médico como asistencia para no cometer errores (médicos) y tomar mejores decisiones (políticas). El gobierno los convocó, ellos se dieron el nombre, un nombre que es una definición: grupo asesor científico honorario GACH. Las figuras principales son los Doctores Radi, Cohen y Paganini.

El conjunto de los uruguayos reconoció y valoró desde el primer día la importancia de esta novedosa cooperación. Con el correr de los meses, el desgaste y el agravamiento de la situación ocasionaron un entendible stress y una incipiente perplejidad o confusión en algunos sectores de la población, particularmente en el periodismo. Resulta oportuno indagar en estas confusiones para esclarecerlas.

La cabeza de un médico y la cabeza de un político no funcionan de la misma manera. Lo que absorbe la atención del médico es el enfermo. Si se trata de una epidemia serán muchos enfermos pero el número no hace diferencia. El foco para el médico es el cuerpo enfermo. El enfermo es su preocupación, para eso estudió, eso es lo que él sabe, con el enfermo, ese ser sufriente en la cama del dolor, está su compromiso humano y profesional. Como la vida no tiene precio el médico se exige a sí mismo y exige todo el material necesario para cumplir su misión. El médico maneja recetas.

El político, sobre todo el que está comprometido con una función de gobierno, lo que tiene delante, aquello que debe atender, proteger de males y conducir hacia la armonía y la prosperidad, aquello de lo que debe ocuparse responsablemente, es un país entero. Tiene que actuar sobre una globalidad, un conjunto, una sociedad heterogénea y compleja cuya “salud” está compuesta por diferentes elementos y sutiles equilibrios.

El político gobernante debe atender la salud pública y la enseñanza pública, la justicia, la economía, las relaciones sociales, la comunicación y mil cosas más. El político no cuenta con recetas para nada de eso.

En resumen: la medicina es una ciencia exacta y la política es un arte opinable y discutible. Las sociedades siempre piden cuentas rigurosas, tanto al médico como al político: pero son cuentas diferentes.

Alguna gente sencilla no entiende esto: no entiende por qué los dictámenes de uno no son acogidos y respetados por el otro. Otra gente, menos sencilla y más tortuosa, juega con esa dificultad con propósitos subalternos, es decir, haciendo de lo uno instrumento para lo otro.

El Uruguay ha tenido la suerte de que los actores que realmente cuentan, sea en la política como en la ciencia médica, hayan comprendido tanto las virtudes de la cooperación médico-política como sus complejidades. El GACH no solo ha demostrado dedicación admirable durante todos estos meses, sino claridad en la comprensión de la naturaleza de su colaboración, sin cejar en lo que estima necesario y, a la vez, comprendiendo la incidencia de otras necesidades

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