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El mayor desafío

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Juan Martín Posadas
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El significado de esta semana podría haber inclinado la elección del tema para esta nota en otra dirección, pero no es bueno dejar por la mitad lo comenzado.

Semanas atrás afirmé que si se diese un cambio de partido en el gobierno, el acuerdo que esa circunstancia impone a los partidos opositores no versa sobre los temas que se han estado manejando sino sobre otros.

Decía entonces que "la más delicada tarea que habrá de enfrentar el país es diseñar una convivencia civilizada en una sociedad fracturada" y "lo delicado es el necesario manejo simultáneo de un discurso tajante sobre los desastres cometidos por los gobiernos del Frente y, a la vez, con propuestas que cuiden de no dejarlo afuera (porque no se puede dejar afuera a medio país)".

De haber un cambio de partido en el gobierno —y aún si no lo hay— el Uruguay va a tener que hacer frente dentro de poco a graves problemas económicos, fiscales, de seguridad pública, de educación, de salud y del BPS. Pero si hay un cambio de partido en el gobierno —hipótesis de los que plantean acordar sobre los cinco o seis grandes temas nacionales— el problema mayor que tendrá por delante el Uruguay (el próximo gobierno y todo el país) es la dificultad para recomponer un sentido de nación, de destino nacional común.

Todo el Frente Amplio va a quedar furioso y dolido después de la eventual derrota: eso es natural. Pero una parte de su dirigencia no va a ver allí un caso de rotación de los partidos en el gobierno —situación no solo normal en las democracias, sino virtud propia de tal sistema— sino que tomará el suceso como una aberración, un suceso contra natura. En algunas regiones de ese vasto organismo político que es el Frente Amplio (versión política y versión sindical) quedan restos de ADN marxista. No refieren a la abolición de la propiedad privada u otros elementos doctrinales parecidos que notoriamente se vinieron abajo con la caída del Muro de Berlín. Pero subsisten, por ejemplo, vestigios de determinismo histórico: la convicción de que el progreso humano y social tiene un solo cauce de desarrollo, una sola línea tendiente indefectiblemente hacia un tipo de sociedad, la sociedad socialista. Para una porción de la dirigencia frentista (¿grande? ¿pequeña?) perder las elecciones será tomado como un descarrilamiento de un país al que ellos habían logrado iniciar en el camino recto hacia el único progreso social, el socialismo.

En Rusia, a los disidentes —es decir aquellos que entorpecían el (co) recto fluir de la sociedad hacia su destino determinado (la sociedad socialista)— los mandaban a Siberia. El Uruguay es más chico, no tenemos Siberia, todo queda más cerca. Cívicamente cerca. Eso es el Uruguay: el viejo, bueno (y olvidado) Uruguay. Cívicamente cerca aunque haya lejanía política.

Un país fracturado invita (u obliga) a sus dirigentes políticos a pensar en los estilos, modos, enfoques y estrategias adecuadas para no producir distancias cívicas definitivas o insalvables. No será fácil acordar sobre esto, pero es la principal tarea y el mayor desafío. No se puede renunciar a la unidad nacional y, a la vez, no se pueden hacer concesiones o simulacros al destino nacional. Atar estas dos moscas por el rabo es mucho más importante que los cinco o seis grandes temas nacionales de los que nos hablan tan seguido. Me parece. ¡Felices Pascuas!

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