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Ya llegó

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juan martín posadas
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Las esperanzas del Uruguay, lo que por estas tierras se anticipaba -las mayorías con alborozo y unos pocos con desazón y visible bronca- era un nuevo período de gobierno, realmente nuevo, con cinco años diferentes de lo que habían sido los cinco (o diez) anteriores.

Lo que nadie -ni aliados ni adversarios- esperaba ni imaginaba era la crisis del coronavirus. Y eso es lo que tenemos. Y lo cambia todo.

Al escribir estas líneas no ha sido registrado ningún caso en nuestro país. En realidad eso es casi secundario. Lo más probable es que aparezcan casos, pero si no se diera da igual: el coronavirus ya llegó aunque no haya aquí nadie enfermo. Todos los efectos inconvenientes de la crisis ya llegaron, están aquí y son asunto muy serio.

Los planes de gobierno de los países más poderosos del mundo están siendo rápidamente reformulados; en todo el globo mucha gente va a perder dinero, muchos estudiantes van a perder clases o van a perder el año, muchos trabajadores van a perder el trabajo, muchos viejos que tendrían por delante algunos años más se va a ir. La situación es grave y recién empieza.

Algunos compatriotas, herederos frustrados del “cuanto peor mejor” incorporan este cimbronazo inesperado a su universo mental como el adelanto previsible del eternamente anunciado colapso de sus demonios culturales: el capitalismo, el neoliberalismo, (la ley de urgente consideración y cualquier otra cosa que suelen meter en la ensalada). No han faltado profesionales y senadores que están atribuyendo al gobierno la suba del dólar. Pero felizmente nuestro país ha entrado en un período de menores teorizaciones y de mayor libertad intelectual para interpretar los desafíos sin la carga ni de prejuicios ni de rencores (gran cambio y gran tema para una reflexión nacional).

Como país pequeño vamos a recibir de lleno todas las consecuencias de esta tremenda crisis mundial. Vamos a tener que modificar muchas de las expectativas que el país se había formado ayer nomás cuando la realidad era otra. Pero el estado de ánimo prevalente permite anticipar una respuesta vigorosa (o, recurriendo a un adjetivo muy usado por el viejo Herrera, un comportamiento viril). Lejos del lamento el país comienza a moverse para reconfigurar sus expectativas y reenfocar sus tareas: lo hace el gobierno y lo hacen los particulares, se hace en el campo y se hace en la ciudad, lo hacen los productores y lo hacen los consumidores. El uruguayo medio se dispone a enfrentar la tormenta con coraje y también -muy uruguayo- con solidaridad hacia los más expuestos.

No quiero introducir una reflexión final que pueda parecer frívola; solo es frívola en apariencia. ¿Se imagina el sacrificado lector la dimensión que tendría la incertidumbre nacional ante esta crisis si el gobierno hubiese quedado en manos del Ing. Martínez y su vice G. Villar, piloteando al país, cadera contra cadera, en la tormenta desatada? ¿Se imagina?

Se ha abierto un enorme espacio de incertidumbre que no estaba planteado cuando el Uruguay eligió su cambio de gobierno y su cambio de senda. Es así. Pero el gobierno que acaba de asumir hace solo un par de semanas ha mostrado una cualidad necesaria para conducir la cosa pública, tanto en el contexto que había cuando asumió como en el que se encuentra ahora: serenidad. Es contagiosa; es constructiva.

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