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Lazos de confianza

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La campaña electoral sigue su marcha y lo hace cada vez con mayor intensidad y estruendo. Los candidatos se desplazan de un rincón a otro de la República y de un programa de televisión a otro y otro más. Enfrentan cámaras y micrófonos que los asedian, contestan con empecinado estoicismo las mismas preguntas y cuestiones que les plantean y vuelven a plantear una y otra vez los periodistas.

La campaña electoral sigue su marcha y lo hace cada vez con mayor intensidad y estruendo. Los candidatos se desplazan de un rincón a otro de la República y de un programa de televisión a otro y otro más. Enfrentan cámaras y micrófonos que los asedian, contestan con empecinado estoicismo las mismas preguntas y cuestiones que les plantean y vuelven a plantear una y otra vez los periodistas.

Los temas se repiten. Aparentemente son los temas que hay, los que —según políticos y periodistas a la par— constituyen los problemas que aquejan a los uruguayos de hoy: educación, atención de la salud, seguridad pública y, a veces, corrupción. Es lo que devuelven las encuestas (¿o es lo que preguntan?) ¡Claro!, parece poco probable que una encuesta recoja preocupaciones populares respecto a lo que el ciudadano siente o aspira en cuanto a su realización como persona, a los espacios de libertad que encuentra (o no) en su vida cotidiana, a los estímulos que recibe (o añora y demanda) por pertenecer a una comunidad nacional (o una comunidad espiritual, de la que hablaba Wilson).

Tiendo a pensar (me induzco a pensar) que los candidatos —todos los candidatos, tanto los que disputan la Presidencia como los que bregan por un escaño en el Parlamento— tienen sueños sobre lo que podría llegar a ser el Uruguay, cuáles son sus posibilidades, cuánto ha perdido o cuán corto se ha quedado respeto a ellas. Sobre eso también piensa (supongo) qué es lo que él (o ella) como candidato se siente capaz de aportar en la marcha del Uruguay. Tiendo a pensar que todos tienen (o han tenido), quien más quien menos, algo de eso en la cabeza y en el corazón. Por lo menos la mayoría.

Pero sólo los muy dotados, los que llegaron a los primeros lugares, los que han sufrido, amado y entendido al Uruguay a través de su gente, a través de los uruguayos de carne y hueso, son los que tienen la capacidad de poner todo eso en palabras y comunicarlo, convertirlo en un discurso político por encima de la cacofonía.

Las campañas políticas no tienen más remedio que incursionar en las rutinas previsibles: salud, educación, seguridad, corrupción y demás. Tampoco pueden omitir algún trayecto por temas abstractos y alejados de las preocupaciones inmediatas del ciudadano, tales como la reforma del estado, la conducta presupuestaria, inflación, relaciones internacionales, etc. Pero —y sobre todo— las campañas electorales son para que se teja la confianza entre la ciudadanía y los candidatos. El voto es un acto de confianza. No confianza ciega, confianza fundada, pero confianza al fin.

La confianza reposa o se genera en la preparación adecuada del candidato para la función a la que se postula. Tiene relación, también, con el equipo de gobierno que lo acompaña. Y, aunque poco énfasis se hace generalmente en ello, la confianza está vinculada al Partido político donde se engarza esa candidatura, porque, —lo he dicho otras muchas veces— no gobierna un Presidente: gobierna un Partido, con todo lo que esto significa.

Es temerario extender confianza a un partido político que reciba órdenes de afuera, que esté sujeto a influencias externas a sus autoridades, que se deje intimidar y empujar a decisiones políticas que sus dirigentes reprueban, que acepte decisiones originadas en ámbitos que estén fuera de su control institucional.

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Juan Martín Posadas

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