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Inútil y dañino

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Escribo hace muchos años esta columna dominical y he procurado siempre que no sea un mero comentario de los acontecimientos de la semana. Lo perecedero atrae la atención pero muere enseguida y no deja nada. Prefiero los temas que no caben en una semana ni en una columna.

No obstante, con desgano voy a hacer hoy una excepción. Me voy a referir a algo que estará muerto y olvidado a mediados de la semana que viene.

La interpelación del martes pasado, con todo su bombo preliminar, con sus no sé cuantas horas de duración, con sus gritos (impostados muchos y genuino uno solo), fue uno de los acontecimientos políticos más perecedero e inútil de los empobrecidos tiempos que corren. No sirvió de nada para un mejor cuidado de la salud general de la población. No podía servir para eso porque ese no era el propósito ni la finalidad de quienes la propusieron. El planteo fue claramente buscar las fallas que pudiesen ser imputadas a la gestión del ministro Salinas y de la ministra Arbeleche para tirárselas por la cabeza al gobierno y eventualmente cosechar algún rédito político en una contabilidad desbalanceada. Lo que eligieron para tirárselo por la cabeza al gobierno fueron los muertos. ¡Macabro!

Casi simultáneamente, en otro ámbito y ante unas elecciones gremiales del sindicato médico, se dio el caso de una femenina (designación frecuente en la jerga policial para referirse a delincuentes) la cual acusó al gobierno de haber cometido un genocidio. Los compinches de la tal femenina le hicieron bajar rápidamente el mensaje de las redes previendo, con sobrada razón, que el asco que producía, lejos de ayudar a su causa la estaba perjudicando.

La interpelación nació de un impulso igual al de la mentada femenina, pero solapado; el mismo uso de los muertos pero menos cantidad. Aquellos socios del senador interpelante, más cercanos a la realidad y a cómo caería en la gente tal fechoría, no tuvieron tiempo (u otra cosa que en esos casos es imprescindible) para atajarlo.

Además, una vez más, el Frente Amplio, amén de desubicado, tuvo mala suerte. La interpelación, planteada y preparada cuando había cuatro mil casos nuevos por día, se desarrolló cuando habían bajado a quinientos. Ahora la gente está con otro ánimo, respirando de otro modo: fue extendido el horario de los bares, las clases son presenciales, hay teatros abiertos, en el interior funcionan los cines y muchos se han ideo de paseo por las vacaciones de invierno. Mala suerte.

Es riesgoso hacer una contabilidad rigurosa (no inspirada por necesidades políticas) sobre las muertes según aprendí hoy leyendo la entrevista a F. Paganini en “Todo un País Detrás” (páginas 32 y 33). La exactitud de los modelos usados para ese tipo de estimaciones depende de que no haya cambios en los supuestos sobre los que se trabaja.

Pero todo esto es secundario. La semana que viene nadie se acordará de esta interpelación: nadie se querrá acordar. Ese olvido será políticamente higiénico. Mirando hacia delante es de esperar que, al haber resultado esta interpelación un tiro por la culata, sus gestores y ese estilo queden relegados a un segundo plano y puedan otras figuras de la oposición ejercer el debido control parlamentario del Poder Ejecutivo en una forma más cuidadosa de la salud del régimen republicano.

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