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Importancia del juez

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El tema de la corrupción ha pasado a ser un motivo de asombro cotidiano. En Argentina y en Brasil a escala gigantesca: acá, como todo, a escala uruguaya.

El tema de la corrupción ha pasado a ser un motivo de asombro cotidiano. En Argentina y en Brasil a escala gigantesca: acá, como todo, a escala uruguaya.

Hay dos armas efectivas para combatir la corrupción: la prensa, que la saca de las tinieblas, y la justicia que la persigue y castiga. Pero la prensa sin el juez no alcanza.

En la Argentina las primeras denuncias de corrupción gruesa fueron presentadas aún en vida de Néstor Kirchner. Las presentaron, unas la diputada Carrió y otras las diputadas Ocaña y Margarita Stolbizer. Todas esas denuncias durmieron años en los cajones de los juzgados. Unos jueces, como Casanello, eran visitantes de la Casa Rosada y otros, como Bonadio, sufrieron una rebaja de 30% en su sueldo y se fueron al mazo.

Los jueces argentinos estaban intimidados, comprados o ciegos -vaya uno a saber- hasta que cayó el gobierno todopoderoso. Al día siguiente, antes del desayuno, ya las denuncias habían arrancado a caminar y al rato empezaron a caer presos varios peces gordos. En la Argentina los jueces fueron omisos y esa vergüenza no se enjuga con la actual diligencia después del cambio de gobierno. Los Kirchner y su entorno pudieron corromperse y corromper a la Argentina porque en ese período no hubo respeto por la justicia ni jueces que se respetasen a sí mismos y se hicieran respetar.

En Brasil, por el contrario, el motor de la lucha contra la corrupción en el gobierno estuvo, desde el primer momento, en órganos del gobierno: la Policía Federal, el Ministerio Público y la Receita Federal. La corrupción que se producía y se cobijaba en el partido de gobierno (PT), en los ministerios y empresas del estado, en los despachos de los legisladores y en las oficinas de poderosas empresas privadas era investigada y perseguida desde órganos de gobierno. Y una diferencia más: lo que en la Argentina era frenado desde la presidencia, en Brasil Dilma Rousseff nunca interfirió ni procuró frenar. Cual haya sido la fuerza moral que en Brasil, donde la corrupción es sistémica, ha impulsado a jueces y tribunales -desde el juez Barboza en el “mensalão” hasta el juez Moro en el “lavajato”- es algo digno de reconocimiento y de investigación.

Sea como sea, temprano o tarde, diligente o remisa, solo cuando interviene la justicia se pone freno efectivo a la corrupción. Quien está en contra de la corrupción está a favor de la justicia: pero no de la justicia en abstracto sino de los jueces, los tribunales y las sentencias.

Nuestro actual gobierno ha presentado un presupuesto donde no figura ni un peso para el Poder Judicial. Escandaloso. Mujica, mediante una ley mal redactada (una más) injertó enorme problema en la Justicia (y después se fue de viaje). Los jueces de la Suprema Corte enfrentaron tanto la ira solapada como violentas presiones abiertas de parte del partido de gobierno, a veces por las leyes que declararon inconstitucionales y otras por ejercer sus potestades en el traslado de los jueces. Mucho personaje del Frente Amplio se mezcló con la turba que intentó ocupar la sede de la Suprema Corte y, post factum, se extendió en la justificación del asalto.

Está bien concurrir a la Torre Ejecutiva en pos de acuerdos sobre seguridad, pero no hay mayor seguridad en una república democrática que la de saber que sus jueces son competentes, honestos, incansables y tienen el reconocimiento y la remuneración que corresponde.

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Juan Martín Posadas

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