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¿Hermanos o vecinos?

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JUAN MARTÍN POSADAS
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En nuestro país se fue tejiendo un imaginario poético-político de una hermandad entre los pueblos americanos (del sur, naturalmente: faltaba más).

Trayendo las cosas un poco más cerca, es decir, a nivel de la región íntima, se armó un relato-leyenda sobre particular cercanía y/o afinidad entre nuestro país y Argentina y Brasil, cuando en Argentina gobernaban los Kirchner, en Brasil Lula o Dilma y acá el Frente Amplio. Éramos hermanos, compartíamos un destino común, encontrado por fin después de tantas decepciones.

Esta proclamación de nuestra identidad y relación con los países vecinos se apartó de otra visión, más antigua y más histórica (en el sentido de más ajustada a los hechos). Aquella visión antigua sostenía que el Uruguay debía procurar que las relaciones con los países limítrofes fueran lo mejor posibles, no porque fuésemos hermanos sino porque ellos estaban muy cerca, eran mucho más grandes y había habido antecedentes complicados. Esta era la concepción de Bauzá, Luis Alberto de Herrera y luego Pivel Devoto. En estos años más cercanos. la confusión fue tan grande que nos hizo creer que teníamos un asiento preferencial en un banquete que resultó imaginario.

Mujica, en su tiempo, consiguió convencer a algunos que de su cercanía con los Kirchner se podía esperar un trato especial para el Uruguay. De ese imaginario provino, entre otras consecuencias, la fiesta de inauguración de la planta desulfurizadora de Ancap, construida por Argentina, entregada con atraso de dos años y que contó con la presencia de Cristina a un costo superior a los 300.000 dólares, que firmó Sendic sin pestañear. El cierre de los puentes sobre el río Uruguay durante años no entró en el relato fantasioso.

El gobierno argentino acaba de prohibir a su gente las compras a plazo o en cuotas en el extranjero (léase en Punta del Este), lo cual es un golpe bajo al hambre atrasada de los operadores turísticos uruguayos. Argentina está finalizando la construcción de un enorme caño colector para arrojar las aguas servidas de Buenos Aires frente a las costas de Colonia. Y tiene proyectado otro, un poco más abajo pero igualmente peligroso para el Uruguay. Su gobierno actual acaparó para los puertos argentinos la carga paraguaya que solía bajar por la hidrovía Paraná-Paraguay para su reembarque a ultramar en los puertos de Nueva Palmira y Montevideo. Y contemporáneo con todos esos gestos (tan amistosos) acaba de condecorar a Mujica con la máxima condecoración que Argentina otorga.

Las borracheras ideológicas dejan prolongadas resacas que impiden ver con claridad algunas cosas importantes. El Uruguay no debe reaccionar a sus recientes extravíos tomando el camino opuesto: la hostilidad hacia Argentina o a su gobierno. Tiene que procesar internamente un desmentido y una rectificación de las fábulas de solidaridad izquierdista con que se alimentó hasta ayer.

Los dirigentes políticos que ven la historia en grandes trazos (la longue durée que mencionaba el famoso historiador francés F. Braudel) o por lo menos leyeron algo de la historia de nuestro país, perciben que las relaciones con Argentina y con Brasil no se sustentan en ninguna hermandad original sino en necesaria cautela, basada ésta en que se trata de dos países muy grandes y muy cercanos, casi encima.

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