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El gran desafío

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Juan Martín Posadas
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La semana pasada escribí que, si en las elecciones de noviembre de este año se diese una rotación de partido en el gobierno, el acuerdo que esa circunstancia futura impone hoy a los partidos opositores no versa sobre los temas que se han estado manejando (seguridad, enseñanza, salud), sino sobre otro asunto mucho más prioritario.

Decía entonces que "la más delicada tarea que habrá de enfrentar el país es diseñar una convivencia civilizada en una sociedad fracturada" y que lo delicado es el necesario manejo simultaneo de un discurso tajante sobe los desastres cometidos por los gobiernos del Frente y, a la vez, con propuestas que cuiden de no dejarlo afuera (porque no se puede dejar afuera a un tercio del país).

De haber un cambio de partido en el gobierno y aún si no lo hay- el Uruguay va a tener que hacer frente dentro de poco a graves problemas económicos, fiscales, de seguridad pública, de educación, de salud y de BPS. Pero si hay un cambio de partido en el gobierno -hipótesis que sostienen quienes plantean un acuerdo previo sobre los cinco o seis grandes temas nacionales- el problema mayor que tendrá por delante el Uruguay (el próximo gobierno y todo el país) será la dificultad para recomponer un sentido de nación, de destino nacional común. Este es el gran cometido de la política: continuar en la formación de la nación; lo otro también es importante pero son temas de gestión del estado (por supuesto que con una orientación política determinada).

Todo el Frente Amplio va a quedar enojado y dolido después de la eventual derrota: eso es natural. Pero una parte de su dirigencia no va a ver allí un caso de rotación de los partidos en el gobierno situación no solo normal en las democracias sino virtud propia de tal sistema- sino que tomará el suceso como una aberración, un suceso contra natura. En algunas regiones de ese vasto y multiforme organismo político que es el Frente Amplio (versión partidaria y versión sindical) quedan restos de ADN marxista. No refieren a la abolición de la propiedad privada u otros elementos doctrinales parecidos que notoriamente se vinieron abajo con la caída del muro de Berlín.

Pero subsisten, por ejemplo, vestigios de determinismo histórico: es decir, la convicción de que el progreso humano y social tiene solo un cauce de desarrollo, una sola línea tendiente indefectiblemente hacia un tipo de sociedad, la sociedad socialista. Para una porción de la dirigencia frentista (¿grande? ¿pequeña?) perder las elecciones será tomado como el descarrilamiento de un país al que ellos habían logrado encarrilar en el camino recto hacia el único progreso social, el socialismo. Ese es un punto de discrepancia seria con la raíz liberal histórica del Uruguay. Pero la raíz histórica también incluye un poderoso empuje hacia la unidad en la diferencia y la dificultad emergente no anula (ni compromete) el deber de enfrentarla.

Un país fracturado invita (u obliga) a sus dirigentes políticos a pensar en los estilos, modos, enfoques y estrategias adecuadas para no mineralizar distancias cívicas aún no definitivas. No será fácil acordar sobre esto, pero es la principal tarea y el mayor desafío. No se puede renunciar a la unidad nacional y, a la vez, no se pueden hacer concesiones o simulacros al destino nacional. Atar estas dos moscas por el rabo es mucho más importante que los cinco o seis grandes temas nacionales de los que nos hablan tan seguido.

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