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Gobierno y partido

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Hoy se vota. En nuestro país un día de elecciones no es un día cualquiera. Resulta particularmente difícil escribir en este día algo que atraiga la atención del lector acaparada como está por el acto eleccionario.

Voy a enfrentar la dificultad planteando un tema que tiene importancia permanente y también relación indirecta con las elecciones.

Se sabe que cuando un partido político gana las elecciones y pasa a ser gobierno se produce un realineamiento y un reacomodo de las energías, lo cual lleva a que el gobierno devore al partido.

La labor de gobernar es ímproba, los cargos de gobierno requieren a los mejores dirigentes y, en consecuencia, el partido queda desatendido y debilitado.

Sucede siempre y en todas partes; sucedió veinticinco años atrás cuando el gobierno de Lacalle Herrera y es una amenaza real ahora, en este otro período de gobierno del Partido Nacional: en cuanto se acabe el fragor electoral (que se acaba hoy) quedará a la vista el silencio y la vacancia. Esta situación constituye un riesgo -conocido y reiterativo- pero no es una fatalidad; se pueden tomar medidas para neutralizar el declive de esa pendiente: es necesario recabar precauciones desde ya.

En nuestro país los actores políticos básicos no son los dirigentes ni aún, en su caso, los gobernantes: los actores políticos básicos son los partidos. La doctrina y el análisis político más aceptado concluyen que el sistema político uruguayo sea un sistema de partidos. Esto constituye una fortaleza democrática singular, que no existe en muchos otros países. En nuestro país los partidos políticos han sido y son continuidades históricas, reflejos estables de características particulares pero permanentes de esta nación.

Neutralizan los personalismos y distribuyen el poder, no solamente entre los diferentes partidos sino internamente en cada partido. Los partidos políticos uruguayos, y en particular el Partido Nacional, son tradiciones valiosas, son mitos, códigos de conducta, una estética particular, nudos de camaradería, fuentes del relato, símbolos unificadores y una estructura institucional.

Hay que cuidar esa estructura (Directorio, Convención, Departamentales, Carta Orgánica, etc.).

En la mayoría de los países de la región no existen partidos políticos: hay alianzas electorales que se arman para cada elección, toman el nombre de partido, se disuelven después de votar y se arman de nuevo -iguales o rebarajadas- para la próxima elección. Incluso en Europa, salvo en Alemania y Gran Bretaña, casi no quedan hoy partidos políticos permanentes.

La construcción política de un país no es consistente si cada nuevo período de gobierno resulta en una creación política desde cero. Lo saludable es una vida política con actores permanentes, que construyen la convivencia cívica y el progreso nacional tanto en los períodos en que son gobierno como, desde la oposición, en los períodos en que no lo son y gobierna otro.

El Partido Nacional hoy en el gobierno debe atender las obligaciones propias del gobierno pero sin descuidar la vida partidaria, sin desatender la fuente de su identidad y el manantial de su relato y de su alma histórica y política. El Partido Nacional debe tomar hoy, desde los albores de su gestión, todas las medidas necesarias para que el gobierno no se coma al partido.

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