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Familias ideológicas

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Juan Martín Posadas
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El concepto de familias ideológicas aplicado a describir la realidad política uruguaya fue acuñado por el Dr. Julio M. Sanguinetti hace ya bastante tiempo. Siempre estuve en contra de esa categorización. Me parece verdadera solo a medias y totalmente inadecuada.

Es algo solo parcialmente verdadero porque se origina en el erróneo supuesto de considerar al Frente Amplio —una de las dos familias ideológicas— como un conjunto homogéneo, cosa que no es. Aunque despectivo (y por eso generalmente lo evito) le cuadra mejor el mote de colcha de retazos.

El conglomerado político que es, desde su origen, el Frente Amplio, no es homogéneo. Tiene componentes democráticos, otros dudosos y un tercer grupo no democrático. Apelotonar todo bajo una única etiqueta puede facilitar el discurso pero arruina el análisis y, sobre todo, conduce a conclusiones falsas y peligrosas.

Los partidos políticos son organismos vivientes; como tales crecen o menguan, enferman o sanan, oscilan y vuelven, se parecen a sí mismos o se traicionan a sí mismos; es decir, van cambiando en el decurso de su trayectoria vital. El Frente Amplio de ahora es distinto del Frente fundacional y probablemente vaya a cambiar cuando deje de ser gobierno.

Aquel Frente Amplio recién nacido estaba formado (y dirigido) mayoritariamente por gente proveniente de los partidos históricos: Michelini y Batalla del Partido Colorado, Rodríguez Camusso del Partido Nacional, Juan Pablo Terra de la Unión Cívica. También integraban socialistas y comunistas pero la mayoría de los votos y de las bancas en el Parlamento eran de los primeros, de indiscutibles convicciones democráticas.

Con los años la composición interna del Frente fue cambiando. Los sectores que actualmente predominan —el Partido Comunista y los tupas— tienen antecedentes familiares no democráticos y comportamientos acordes. Pero no es aventurado prever que esa ecuación pueda modificarse en la próxima elección. En consecuencia es políticamente torpe e inadecuado hablar de dos familias ideológicas como algo definitivo; eso no hace más que fijar al mayor partido político del Uruguay, cristalizado para siempre como entidad no democrática.

Ponerle nombre a una cosa —sobre todo si ese bautismo prende y se hace sentido común— termina produciendo lo que denomina. Nominar al Frente Amplio en el círculo infernal de los réprobos antidemocráticos termina fijándolo en ese lugar para siempre. Lo patrióticamente sensato y políticamente hábil es no hacer —ni decir, ni difundir— categorías que, además de no ser plenamente ciertas, arrinconan al adversario a un confín en el cual la disputa política no se juega respetando las mismas reglas. Como dijo la semana pasada el senador Javier García concebir al Uruguay dividido en dos familias ideológicas es un error; refleja en forma parcial un estado de cosas pasajero y opera torpemente en contra del trabajoso montaje del puzzle nacional con las piezas que realmente existen y pesan.

Lo dicho arriba se vincula, hacia atrás, con mi tema de la semana pasada: las tareas necesarias ante un Uruguay fraccionado y una nación dividida. Y hacia delante al tipo de coalición que habría que formar para que ella sea herramienta eficaz de gobierno para el Uruguay de mañana. Será el tema del próximo artículo.

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