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La fábula exitosa

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Juan Martín Posadas
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En una reciente entrevista le pusieron delante a José Rila, renombrado historiador, un tema que a muchos desconcierta y a otros nos irrita.

¿No le llama la atención la tergiversación de la narración del pasado que han hecho los tupamaros? Rila contestó: más me llama la atención que tantos se lo hayan creído.

La apropiación del pasado mediante la manipulación del relato es lo que hacen siempre los sectores dominantes de la sociedad. El Frente Amplio —fuerza dominante en los últimos tiempos— se escribió un relato propio, con sellos oficiales y ha conseguido que fuese incorporado hasta en textos escolares.

Dentro de ese gran relato dominante figura el capítulo en que los tupamaros se presentan a sí mismos como patrióticos insurgentes levantados en armas para defender la democracia contra la dictadura militar. Todo el mundo sabe que cuando adviene el régimen militar y caen las instituciones republicanas —1973— todos los tupas estaban ya presos desde el año anterior. La confección de la fábula heroica fue la victoria burocrática de los guerrilleros derrotados en el campo de batalla. El triunfo electoral del Frente Amplio les ha permitido confeccionar los partes de guerra post factum incorporando propósitos y banderas diferentes a los que de verdad tuvieron (y figuran en sus propios documentos tempranos).

Como dice Rila en el reportaje aludido, si bien es interesante desenmascarar la fábula —y esto ha empezado a suceder en la medida en que la fuerza hegemónica del Frente se va desmenuzando— la pregunta más interesante es ¿por qué ha tenido éxito la instalación de la fábula? ¿Qué necesidad vino a satisfacer? No es posible explicar todo por una habilidad comunicacional destacada (que también la hubo). La necesidad de los tupamaros de retocar las fotos del pasado es perfectamente entendible pero, ¿por qué tanta gente la creyó?

Es cierto que los pueblos construyen sus concepciones del avatar histórico común en función de lo que absorben de las voces autorizadas o legitimadas socialmente: los intelectuales, los políticos, líderes religiosos, periodistas, etc. Pero otra pregunta concomitante es ¿por qué tantos de esos liderazgos han mantenido, durante tanto tiempo y no obstante tantas evidencias en contrario, la fábula canónica de la izquierda?. Si uno procura poner las cosas en un contexto, el cuento o la fábula tienen su origen allá en Cuba: esa es la fábula madre.

La generosidad juvenil contagiosa y contagiada de los años sesenta se puede entender por cierto tiempo, pero cincuenta años después requiere otra explicación. Y transportar, como se hace, aquella fábula a la Venezuela de Maduro plantea serios interrogantes sobre la necesidad de creer de tanto uruguayo; desde creer en el Che Guevara hace cincuenta años hasta creer ayer nomás en el diploma de Sendic (que Topolansky aseguró haber visto con sus propios ojos).

Hace cuatro años escribí un libro con el título "La Historia Domesticada" (Edit. Fin de Siglo, Mvdeo. 2015). Es un ensayo sobre los domesticadores de la historia reciente, los que consiguen hacerle decir lo que a ellos les convenía. Falta otro ensayo sobre los domesticados.

El término es hiriente, sin duda, pero creo que sea el apropiado. ¿Hay un Uruguay domesticado?

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