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JUAN MARTÍN POSADAS
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Con las elecciones departamentales se ha cerrado el ciclo electoral que se abrió un año atrás, en octubre pasado.

Conviene analizarlo porque no ha sido un cambio rutinario de partidos en el poder, trámite normal en un sistema democrático. El resultado electoral global -adverso para unos, favorable para otros- lleva a los perdedores a preguntarse por qué perdieron: pregunta no solo natural sino indispensable. En cambio los que ganaron festejan, se felicitan y no se sienten tan urgidos al análisis: ¿qué más vamos a andar preguntándonos si ya ganamos? Sin embargo sería lamentable que los que ganaron no supieran por qué ganaron. ¿No?

Circula en el país un análisis superficial que, en un caso, alude a Sendic y su diploma y cosas por el estilo y, en el otro caso, señala el compromiso, el haber trillado toda la cancha y cosas por el estilo. Algo de eso hay, pero es la parte superficial de la explicación; como no llega al corazón del asunto sirve para muy poco, tanto a los unos como a los otros.

El episodio electoral completo -de octubre a octubre- señala el comienzo de una bifurcación, un cambio grande en nuestro país. Es un cambio de época, fin de una era, mutación de un estado de ánimo político: todo lo cual se tradujo en un cambio de comportamientos electorales.

El partido político que logra triunfar en elecciones que sean algo más que cambios rutinarios de gobierno es aquel que ha logrado, en primer lugar, registrar y luego interpretar, los cambios verificados en los estados de ánimo de la sociedad que integra. Ningún partido por grande que sea y ningún candidato por más brillante que sea consiguen cambiar a un pueblo que no esté internamente dispuesto a cambiar. La gran pregunta, entonces, es: ¿en qué idioma se hablaron y se entendieron mutuamente el Uruguay de hoy y el Partido Nacional conducido por Luis Lacalle Pou?

No dispongo del espacio necesario para profundizar este asunto; espero que lo hagan los politólogos profesionales. Voy a esbozar un análisis. A veces las cosas se ven con mayor claridad de adelante para atrás, cuando lo dicho muestra lo que había en lo todavía no dicho (¡la fuerza de la palabra!).

El combate al coronavirus, tan exitoso hasta ahora, se condensó en una fórmula: libertad responsable. Justamente en ese mismo registro había resonado todo el discurso de Lacalle Pou en la campaña electoral; ese lenguaje hizo contacto con algo que estaba dándole vueltas en la cabeza al pueblo oriental. Votó por eso.

El mundo de hoy se balancea entre dos “razonabilidades”: el liberalismo con énfasis en lo individual y el dirigismo con énfasis colectivista. Cada uno tiene su razón de ser y cada uno el peligro de sus excesos. El liberalismo apuesta a la libertad, a la iniciativa individual y a la responsabilidad. El dirigismo se apoya en la planificación, el alineamiento obligatorio y una burocracia dueña y vigilante. Nuestro país llevaba quince años de dirigismo a todo trapo, que se vanagloriaba de no dejar espacio (ni prestigio, ni justificación) para nadie más. Y el Uruguay se empezó a fastidiar de tanta suficiencia prepotente: los señores de la verdad y de las mayorías absoluta. Y votó en consecuencia.

Esa opción por la libertad responsable es lo que actualmente sostiene el alto nivel de aprobación de este gobierno y es, a la vez, la explicación más completa de por qué ganaron las elecciones quienes ganaron y por qué las perdieron los que perdieron.

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