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Las excepciones

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Juan Martín Posadas
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No se puede decir que la concesión de excepciones sea un invento de ahora: viene de atrás. Lo que sí es cierto —a la vez que alarmante— es el volumen y la frecuencia que ha tomado la práctica de pedir y conceder excepciones.

En este invierno se han destacado dos casos: uno es el proyecto de resurrección del Hotel San Rafael y el otro un desarrollo turístico en la costa de la Laguna José Ignacio, sobre el cual el senador Lacalle Pou ha pedido informes. Un poco más atrás en el tiempo, pero aún pendiente, está el caso de la tercera planta de celulosa en Paso de los Toros.

La disposición a conceder excepciones puede ser excepcionalmente buena, valga la redundancia: la rigidez a ultranza impide una flexibilidad que eventualmente podría ser necesaria en algún caso. Pero la excepción siempre disponible se convierte, o bien en una instancia de compraventa lisa y llana (como es el caso de los excesos de altura en las torres de Punta del Este) o en la respuesta fácil del jerarca deslumbrado ante las villas y castillos que el inversor le presenta meneándole el bornal.

El caso del Hotel San Rafael resulta particularmente llamativo. El primer proyecto del arquitecto Viñoly, en base a una torre altísima, recogió un rechazo fulminante y unánime, tanto de parte de la sociedad de arquitectos como por los vecinos del lugar. No se amilanó por ello Viñoly y en menos de una semana presentó un proyecto sustitutivo completamente diferente. Uno piensa que proyectos de esa envergadura requieren largos meses de trabajo con la asistencia de toda clase de técnicos que colaboran día y noche con el creador. La rapidez de Viñoly me hizo acordar a la célebre frase de Marx (no Karl sino Groucho): "Estos son mis principios, si no les gustan tengo otros".

El Uruguay, a través de distintas autoridades, se comporta en esos casos como un país pequeño, pero pequeño por pusilanimidad, avergonzado por su pequeñez, un país con el sombrero en la mano, dispuesto a resignar con una sonrisita mendicante las normas que él mismo se ha dado para mejor regular la convivencia, el trabajo y el buen funcionamiento de la sociedad. Un país sin orgullo y tan poco confiado de las capacidades de su gente que no vacila en otorgar al que viene de afuera las condiciones que no tienen los naturales de acá.

Las plantas de celulosa que actualmente funcionan están en régimen de zona franca. La celulosa disputa con la carne el primer lugar en las exportaciones (con la carne que paga todos los impuestos, aguanta las inconsistencias de los dirigentes sindicales, da trabajo a más gente y espera exasperada que el partido de gobierno supere sus miedos y le vote los tratados de libre comercio).

Desde el gobierno nos dicen: necesitamos atraer capitales y la única forma de hacerlo es con regalías. Contestamos a coro: tendríamos capitales propios si ustedes no hubieran tirado por el caño 60 millones en PLUNA, 30 en AlasU, 70 en el FONDES, 40/50 entre la regasificadora y el puerto de aguas profundas, 7 que costó la huelga en ANCAP por la policlínica, 80 por el tercer horno de pórtland que está tirado en Paysandú, 800 para recapitalizar ANCAP, 40 en la sobrefacturación de la planta de etanol y 1 por el avioncito para la Presidencia (entre otras yerbas). Esto sea dicho con el mayor respeto para todos (en particular para Groucho Marx).

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