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La espalda política

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Las elecciones siempre traen cambios, pero hay cambios y cambios.

El proceso electoral culminado en noviembre pasado ha desencadenado cambios de significación extraordinaria. Cuando gana las elecciones el mismo Partido que está gobernando el cambio es menor, prácticamente es un cambio de personal. Pero cuando las elecciones marcan la sustitución de un Partido por otro los cambios son necesariamente mayores. Las elecciones del 2019 marcaron un cambio aún mayor: una coalición de gobierno.

Una cosa es procurar una coalición después del acto eleccionario cuando se verifica que al que ganó no le alcanzan sus fuerzas y hace de la necesidad virtud y otra cosa es lo que se hizo. Antes de saber ni poder saber la correlación de fuerzas que arrojaría el escrutinio el candidato mayoritario del Partido Nacional propuso y se comprometió a formar un gobierno de coalición. Lo que desde el primer momento fue propuesto no fue una coalición electoral sino una coalición para gobernar.

La elección proporcionó respaldo a la coalición prometida: en ese primer paso todo se hizo bien y sin tropiezos. Ahora comienza el segundo tiempo, el de preparar al nuevo gobierno de forma tan aceitada como se hizo para la elección. En este sentido es importante que el discurso político vaya esclareciendo cada vez más a la población en las virtudes de un gobierno de coalición para las circunstancias actuales.

Es de Perogrullo pero muchas veces se olvida que los gobiernos no hacen lo que quieren sino lo que pueden. Lo que permite a un gobierno hacer más o hacer menos de lo que prometió en la campaña electoral es el respaldo político con el que cuente. La coalición que se ha armado asegura al próximo gobierno una espalda política robusta.

La espalda política que la coalición proporciona al próximo gobierno se pondrá a prueba no tanto en llevar adelante las novedades que se han prometido sino sobre todo en la capacidad de aguante ante los sacrificios que el país va a tener que hacer. Cuando la elección no marca solamente un gobierno que cesa sino, como es el caso, el fin de una era, no es aventurado suponer que lo que deja el que se va esté en estado de relativo abandono. Si lo que Vázquez recibió de Mujica era ya un descalabro, lo que ahora deja un Vázquez más viejo, internamente más débil y convencido hace rato que los que obtendrían el próximo gobierno no serían herederos suyos, en ese caso, se puede adelantar que cuando se abran las cuentas los destrozos que aparezcan serán mayores.

El Uruguay está enfrentado a una serie de medidas duras, sacrificios que no puede seguir pateando para adelante. El déficit fiscal, lo que se tiró por la ventana en el puerto de aguas profundas, la regasificadora, Pluna y demás despilfarros notorios tendrán que ser atendidos y enjugados. No es simpático anunciar sacrificios pero sería irresponsable cultivar el engaño de que las deudas no hay que pagarlas.

Tampoco hay razón alguna para anunciar esos sacrificios con semblante adusto y cara de velorio; el buen ánimo y talante sonriente del Presidente electo es más eficaz como invitación al esfuerzo que cualquier discurso sombrío. Y es en la solidez de la coalición y la destreza en su manejo que radica el respaldo político, la espalda política, para disponer a los uruguayos a encarar sin desfallecimientos el esfuerzo y la disciplina necesarios para asegurar la cosecha de un Uruguay mejorado. En eso estamos.

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