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Distancia y abrazo

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JUAN MARTÍN POSADAS
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La mejor manera de defenderse del virus que nos amenaza es el aislamiento; no hay vacuna, no hay medicinas eficaces, en consecuencia; quedate en casa. Es gracias a que hemos cumplido esa consigna razonablemente bien que nos venimos salvando.

Pero lo que es bueno para una cosa es malo para otras. A los presos cumpliendo condena cuando hay que sancionarlos por algo se los manda al calabozo de confinamiento solitario: el aislamiento es el mayor castigo. El aviso que vemos en la tele nos muestra una serie de piezas de dominó que se van empujando unas a otras hasta que aparece una distancia que corta la serie de desmayos; el mensaje es: se salva el que mantiene la distancia.

Sin embargo en un contexto de normalidad el aislamiento es malo y el acortar las distancias -personales o sociales- es beneficioso y recomendable. Los uruguayos vamos a tener que recuperar algunos hábitos y actitudes cuando desaparezca la amenaza de la pandemia.

Cuanto más grande y populosa es la ciudad en que uno vive más difícil es mantener una red de comunicación personal. Cuanto mayor es el número de personas territorialmente juntas o próximas (en el piso de arriba, en el apartamento de enfrente) menor es la proximidad personal, el conocimiento mutuo, el interés, la compasión, las ganas de comunicarse. Cuál sea el grado de superación de la soledad que proporcionan las redes sociales y el hábito de sus adictos de estar continuamente activos en un flujo incesante de contactos y mensajes es algo que todavía no podemos (no puedo) evaluar.

Hay un grado mínimo de cercanía con otros que es el sustrato de una nación; genera un todo, un nosotros. La forma en que los uruguayos hemos encarado la pandemia ha reforzado un sentido colectivo de responsabilidad compartida. Volver a la normalidad será darle otro lenguaje a ese sentido colectivo: darle otra expresión y otra respuesta a la necesidad humana de contacto, de abrazo y de disfrute comunicativo y relacional.

Las elecciones departamentales nos van a poner adelante los temas de la ciudad, es decir, de la convivencia urbana, del hábitat cotidiano, el marco físico y territorial favorable a una organización personal de la vida, propicio al desarrollo de la comunica-ción social y las relaciones de vecindario. En Montevideo -mucho más en las ciudades del interior- siempre han surgido y funcionado organizaciones de barrio, constituidas por gente que vive en las cercanías, se conoce personalmente, se trata por el apodo y se organizan para tal o cual fin. Ese tejido social espontáneo es atropellado por lo que llamaría la tendencia a lo “súper” (market), es decir, el gigantismo, que obedece a una lógica económica pero carece de lógica social.

Después del aislamiento a que nos ha obligado la pandemia tendrá que venir el abrazo; sería fatal que esta necesidad imperiosa de hoy -quedate en casa- se hiciese valor social o hábito adquirido. La vida, en toda su diversidad, es lo que estamos protegiendo temporalmente al aislarnos y cumplir con esa indicación hoy necesaria. Pasada la pandemia, esa vida que hemos protegido -la individual y la colectiva- es la que hay que soltar y dejar que florezca en toda su diversidad y en toda su libertad. Y también eso habrá de ser entre todos.

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