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Diferencia de matices

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JUAN MARTÍN POSADAS
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El escenario donde se despliega la actividad política del país se está pareciendo, cada vez más, a un reñidero. Hay dos coaliciones protagonistas principales y cada una considera que es la otra la responsable del alto índice de agresividad reinante.

¿Será que estamos en camino a parecernos a nuestros vecinos? La agresividad con que se está desarrollando la campaña de la segunda vuelta en Brasil es asombrosa. La idiosincrasia brasilera, la manera de ser tan “desgoncada” y flexible, el gusto por el samba y hasta el clima agradable han gestado un pueblo incómodo ante la furia. Sin embargo Lula y Bolsonaro, cada uno por su lado, buscan ganar los votos finales tratándose en términos que solo se responden adecuadamente con una trompada. En la Argentina, (la de los 30.000 desaparecidos, el ERP y los Montoneros), el “barrabravismo” en la política, de tan común ya no nos horroriza. Pero es aterrador.

Más allá de lo que esté sucediendo en otras partes, acá la agresividad política ha despertado un desagrado generalizado y es posible que en nuestro país esté generándose una disposición de rechazo a la pata en el pecho.

El Presidente del Frente Amplio, Don Fernando Pereira, tomó hace unas semanas la iniciativa y fue, puerta por puerta, invitando a todos los actores políticos a bajar la pelota. Cuando uno invita a otros a sumarse para algo o convoca para integrar una sociedad tiene que empezar por dejar sentado cuánto pone él en ese negocio común. Pereira no se comprometió a nada, no dijo: yo (o el Frente Amplio) pongo tanto: ¿qué ponen ustedes? Y naturalmente nadie puso nada.

Después de su derrota electoral el Frente Amplio buscó un lugar, una ubicación política: había perdido la que tenía. En ese proceso fue adoptando-diseñando una identidad: ponerse en la otra punta respecto a quien le había ganado la elección, decir que no a todo. Ubicado en ese lugar y elegida esa identidad (somos los que nos oponemos) ya no se puede transar y si no se puede transar ¿de qué vamos a hablar o negociar? Pensemos un poco. Si hubo una situación de gravedad insólita, como fue el Covid, que impulsaba a decir: ante la amenaza colectiva dejamos las diferencias de lado y vamos a colaborar hombro con hombro mientras ésta dure… y ni ahí hubo ese gesto, no hay de dónde imaginar una cosa distinta en adelante.

La vida política de hoy ha cambiado mucho en todo el mundo. Lo ha hecho en función de los enormes cambios que ha registrado la comunicación humana. Existe hoy una legitimidad política asignada a las reputaciones, tanto de individuos como de partidos o sectores partidarios. Según Rosanvalón, la reputación ha llegado a constituirse en una de esas estructuras invisibles sobre las que, en último término, se apoya ahora la confianza.

Es ya un lugar común señalar que, junto con el desvanecimiento de las ideologías y de las grandes utopías, también se ha ido desdibujando el contenido ideológico de los partidos políticos y de las plataformas electorales. Izquierda y derecha -que siguen en el nomenclátor de algunos periodistas y politólogos- no indican nada; son meros calificativos insultantes y derogatorios, tienen tanto contenido ideológico como decirle al otro: maricón o hijo de puta. Nadie gana en reputación especializándose en el insulto.

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