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Una cumbre bajita

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Tuvo lugar la semana pasada la cumbre de Panamá. Había despertado gran expectativa. No por eventuales declaraciones de la cumbre sobre los problemas del continente sino por la foto; la foto de Obama y Raúl Castro. El trabajo diplomático previo ya lo habían llevado a cabo las respectivas cancillerías pero en esta era mediática si no hay foto no hay nada. Y hubo foto.

Tuvo lugar la semana pasada la cumbre de Panamá. Había despertado gran expectativa. No por eventuales declaraciones de la cumbre sobre los problemas del continente sino por la foto; la foto de Obama y Raúl Castro. El trabajo diplomático previo ya lo habían llevado a cabo las respectivas cancillerías pero en esta era mediática si no hay foto no hay nada. Y hubo foto.

Pero también hubo otra foto, inesperada pero importante: la de Vázquez sentado a la diestra de Obama en el banquete inaugural. Con esas dos fotos delante los viejos frenteamplistas habrán dicho: ya no se puede confiar en nadie ¿hasta dónde vamos a llegar?

Me tomé el trabajo de leer la transcripción de alguno de los discursos. El discurso de Castro arranca literalmente con un episodio de 1880. En el Caribe la actualidad es holística. A partir de ahí sigue, pausadamente, pasando por Martí, la enmienda Platt y la entrada de Fidel en la Habana el 1º de enero de 1959. Luego tenemos Cochinos y el largo capítulo de los agravios sufridos y denuncias contra Estados Unidos. Presumo que este material, que forma parte de todos los discursos oficiales (del régimen cubano y de la mayoría de los países latinoamericanos) debe estar impreso hace años por razones prácticas. A continuación pasó a referirse a la indeclinable voluntad integracionista de los países latinoamericanos y enumeró prolijamente todas y cada una de las instituciones creadas a ese fin: Celac, Unasur, Caricom, Mercosur, ALBA, TCP, el SICA y la AEC. Ignoro el significado de varias de estas siglas. Interpreto que se quiere demostrar que el número es importante para corroborar esa indeclinable voluntad: trasluce un concepto de la integración tipo inventario de almacenero mayorista.

En medio del océano de ese fárrago latino-caribeño yacen los dos párrafos que importan. El que refiere a la “disposición al diálogo respetuoso y a la convivencia civilizada” entre Cuba y Estados Unidos y el que dice: “Hemos expresado públicamente al Presidente Obama, que nació bajo la política del bloqueo a Cuba y al ser electo la heredó de diez Presidentes, nuestro reconocimiento por su valiente decisión de involucrarse en un debate con el Congreso de su país para ponerle fin”.

Obama contestó. Obama no es latino, no está enamorado de las palabras, prefiere los hechos, las propuestas concretas. Opina que “nuestras naciones tenían que liberarse de los viejos argumentos y los viejos resentimientos que nos atrapan en el pasado (…) Nosotros no queremos estar atrapados por la ideología; por lo menos yo no lo estoy”.

Luego, con cierto humor, agrega: “Me encantan las clases de historia que recibo aquí”. Le tiró, al pasar, un guascazo al Presidente Correa, que en su discurso no había hecho más que quejarse de lo mal que lo trata la prensa, y reiteró su disposición a mirar para adelante y hacer cosas concretas. En vez de Las Venas Abiertas, Obama parece haber leído aquello de Luis A. Herrera sobre América Latina: “Persuadidos de que las palabras eran remedio maravilloso para todas las impurezas sociales a ellas confiamos la curación de nuestras afecciones orgánicas”. ( La Revolución Francesa y Sudamérica).

De la contracción económica que acecha al continente por la baja de precio de los commodities o de la corrupción tropical que le roe las entrañas a Brasil, México, Argentina, Chile y Nicaragua, en la cumbre nadie habló nada. ¿Para qué?

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Juan Martín Posadas

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