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Cultura de repetición

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Juan Martín Posadas
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Héctor Rodríguez fue un memorable dirigente sindical: uno de los históricos. Yo había oído a mi padre hablar elogiosamente de él. Lo conocí en un avión volando hacia La Habana, invitados ambos oficialmente a unos actos recordatorios de los 30 años de la revolución cubana.

Entre los méritos de Héctor Rodríguez señalo dos: el haber sido expulsado del Partido Comunista y el de haber bregado toda su vida por mejorar la condición de los trabajadores desde una postura de izquierda sin utilizar esa lucha para conseguir ventajas políticas.

Allá por mil novecientos sesenta y poco —tiempos turbulentos y de tirantez social notoria— Héctor Rodríguez expuso con preocupación algunos aspectos de la actividad sindical que tenía lugar en el país.

Señaló el problema que se producía cuando los trabajadores no asumían las crisis o los tropiezos económicos (fuera de las empresas o del país) en el entendido de que ellos —los trabajadores— no eran responsables de esas situaciones y, por lo tanto, podían seguir manteniendo en su integridad sus reclamaciones, sin sentirse, además, obligados a ofrecer salidas o soluciones, o siquiera a tratar de entender la naturaleza y extensión de las dificultades o de los contratiempos. A eso él lo llamó utopía rutinaria.

"Utopía por irrealizable y rutinaria porque lleva a la repetición mecánica de lo mismo que se ha hecho siempre, sin advertir que ya no tiene los mismos alcances, ni siquiera resultados reales". (Héctor Rodríguez: "Nuestros sindicatos". Montevideo 1965; citado en G. Rama: "La Democracia en Uruguay").

Ese concepto, con tanta agudeza y sabiduría definido así, es un instrumento conceptual óptimo para analizar no solo las prácticas sindicales corrientes sino también como clave general de interpretación de las actitudes reivindicativas de la sociedad uruguaya.

Un ejemplo penosamente claro de este segundo caso es la monótona exigencia del 6% del presupuesto para la enseñanza.

El reclamo de recursos planteado sobre el supuesto de que no hay nada ineficiente o anticuado o mal gestionado respecto a lo cual tengan que comprometerse sus responsables y lo único que hace falta es más dinero, desemboca, a la larga, en dos resultados: o bien que se erosione definitivamente la capacidad de escucha y no obtengan nada o bien que sí se obtenga algo pero lo obtenido se vaya literalmente por el caño sin mejorar nada.

En nuestro país subsiste, vivita y coleando, lo que el recordado Fernando Oliú llamaba la cultura de la repetición. Es otra forma de referirse a lo mismo que Héctor Rodríguez definió como utopía rutinaria. Es un modo de enfrentar la vida y la actividad que se plantea metas exigentes —hasta allí todo bien— pero las persigue y busca concretarlas repitiendo idénticos ensayos, sin verificar su eficacia, postergando el análisis de otras alternativas (que de eso se hagan cargo otros), con visible aversión a revisar los viejos conceptos y las propias prácticas sobre las cuales dibujaron sus esperanzas.

En muchos ambientes de nuestro país se sigue cultivando la utopía rutinaria, tal como sucedía cincuenta años atrás en tiempos de Héctor Rodríguez o treinta años atrás en tiempos de Fernando Oliú.

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