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La culpa es de otros

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Juan Martín Posadas
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Carlos Real de Azúa fue un agudo observador de la realidad nacional y americana. Acertó cuando describió al Uruguay como una sociedad amortiguada y amortiguadora.

Acertó al definir al batllismo como impulso y freno a la vez. También tiene observaciones interesantes sobre los tics políticos de las izquierdas, sobretodo de su inveterada inclinación por atribuir a otros las causas de sus propios fracasos.

En ese sentido Real de Azúa escribió un pequeño trabajo que tituló "La Historia Esotérica". Ahora que en nuestra dolida realidad presente el Frente Amplio denuncia complots, (incluido uno con sede en Atlanta) para explicar hasta las desventuras inexplicabes de Sendic, (se perdió la caja con los comprobantes) me pareció oportuno acudir a este fecundo pensador nacional en el ensayo arriba citado.

Real arranca su reflexión evocando, como antecedente histórico-sentimental la carta testamento de Getulio Vargas en la cual atribuye la causa de su suicidio a "fuerzas ocultas". Ese tenor de explicación —que a nosotros, en el caso, nos puede parecer algo muy brasileño— subsiste como rasgo típico permanente en todas las izquierdas. Las fuerzas ocultas "se identifican, a veces con naciones, estados, clases, ideologías y grupos funcionales; otras aparecen siendo el instrumento, el brazo armado o enguantado de ellos" (pág. 32). Parece escrito leyendo los diarios de hoy.

Esta interpretación de la realidad apoyada en la noción de conjura es mantenida contra toda la evidencia disponible. Dice Real. "todo escepticismo ante la existencia de conglomerados tan descomunales y duraderos de poder se rechaza como indicio de complicidad con ellos" (pág. 37). "De cualquier manera la teoría de la conjura y de la historia esotérica le dan al militante, al que se preocupa por lo que en su entorno ocurre, la felicidad de descubrir el revés de la trama, de imputar a la inducción de fuerzas irrefrenables los fracasos que se han sufrido y los que se sospecha que se sufrirán" (pág. 38).

Aunque los estudiosos descubran causalidad interna (por ejemplo que el mal uso de la tarjeta corporativa sea motivo consistente y justificado del enojo o el rechazo recibidos) la teoría del complot tiene respaldos demasiado firmes y no vacila.

Agrega real: "Parece evidente que si se adhiere a la convicción en la fuerza de esta "conjura" (…) la magnitud de cualquier "culpa" (propia) se minimiza hasta la inexistencia". "Resulta asimismo claro que, escamoteado el capítulo, ayer oneroso, de las falencias internas y sus causas, no solo queda raída toda autocrítica, toda insatisfacción espoleadora, sino toda comparación entre lo que somos y lo que podemos ser. Esta depresión, en suma, de la energía, de la libertad, de la capacidad de invención y reacción histórica pone una estrecha correspondencia con el "espíritu acreedor" (pág.40).

Los pensadores agudos inventan conceptos de brillante concisión: el "espíritu acreedor" es una definición que cuadra a las izquierdas regionales y, en particular, a la izquierda uruguaya. Ella se cobijó en el recorte presupuestal para justificar sus carencias cuando no era gobierno y en la "herencia maldita" cuando pasó a serlo. Nunca, ni antes ni ahora, nada salió mal o no se pudo hacer por errores o torpezas propias; no tienen deudas, siempre se sienten acreedores (y/o víctimas).

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