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Un cuento perdido

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Al Frente Amplio se le ha puesto el viento del lado de la puerta. Algunos lo atribuyen a la derrota electoral y haber postergado la necesaria autocrítica.

Otros marcan el comienzo de la fase menguante bastante antes, cuando la totalidad de la dirigencia frenteamplista salió a defender por unanimidad a Sendic y la senadora Topolansky remató el trámite de absolución asegurando que ella había visto con sus propios ojos el diploma inexistente.

Sea como fuere, en estos días que corren se ha abierto otro flanco que coloca al Frente Amplio contra las cuerdas y obligado, una vez más, a dar explicaciones. En este caso le requieren explicaciones tanto los de afuera como sus propios adherentes. Me refiero al manejo de las informaciones emergentes de las actuaciones de dos Tribunales de Honor Militares: el de G. Vázquez del año 2006 y el de Gavazzo del año pasado, uno en la primera presidencia de Tabaré Vázquez y el otro en la segunda.

Más allá de los detalles del caso, que son conocidos por todos, y de los descargos de los jerarcas involucrados, que también todos hemos escuchado, aparece otro caso de maniobra discreta para que cierta información quedase en conveniente penumbra. El Frente ha conseguido elaborar un relato de sí mismo en el cual él ni formó parte ni tuvo nada que ver con el Acuerdo del Club Naval. Han conseguido que en la memoria colectiva se haya esfumado todo registro de la presencia y actuación del Frente Amplio en dicho acuerdo. Entre los mil libros que ha publicado la intelectualidad frentista no hay ninguno sobre el Club Naval y el exdiputado Roque Arregui tiene una historia del Frente Amplio (Fin de Siglo 2016) donde directamente ni figura.

El eminente historiador francés Fernand Braudel enseña que la historia solo es inteligible si se la mira en los grandes trazos. Hay un trazo largo en la historia de nuestro país que va desde el Club Naval en 1984 hasta ahora. El Acuerdo del Club Naval, examinado con equilibrio y objetividad histórica, consiguió solucionar algunos problemas y conjurar algunas amenazas en la salida del régimen de facto. Esto es obvio y no puede negarse. Pero otros problemas y otros aspectos no consiguió solucionar. Más aún: al no confiar en sus fuerzas para lograrlo, los pactantes se abstuvieron prudentemente de plantearlos.

Un acuerdo -cualquier acuerdo- se formaliza sobre una delimitación: vamos a acordar sobre esto, y en ese mismo acto queda establecido, sin necesidad de explicitarlo, lo que queda afuera y, por tanto, no podrá ser invocado. Así fue el Acuerdo del Club Naval.

En el relato que el Frente Amplio hace de sí mismo y de su actuación histórica no hay constancia ni registro alguno de su participación en el Acuerdo del Club Naval, ni en los logros ni en las exclusiones. Viene a mi memoria aquello que escribió García Márquez a propósito del plebiscito del 80: el cuento de los Generales que se creyeron su propio cuento.

Tan sólido llegó a ser el relato de su no tener nada que ver con el Club Naval que ellos mismos, los dirigentes frentistas, empezaron a pedir cuentas y explicaciones a Sanguinetti, al Partido Colorado o a los militares, de algo de lo cual ellos habían sido parte y parte indispensable.

Se dice que, la mentira tiene patas cortas. El engaño, y sobre todo el engaño de uno mismo, el autoengaño, también. Ahora, al cabo de un tiempo -largo por cierto- la verdad ha terminado por alcanzar al Frente Amplio.

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