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JUAN MARTÍN POSADAS
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El domingo pasado escribí sobre el Mercosur. Mejor dicho: sobre las dificultades que va a encontrar el Uruguay para concretar la decisión expresada por el presidente Lacalle Pou de mover allí algo que está inamovible.

Mencioné que, además de las dificultades obvias, como ser la obstinación de Argentina, existen otras: son las dificultades originadas en la perspectiva nuestra, del Uruguay. Es en esto último en lo que voy a insistir para trasladar el análisis hacia la comprensión del Uruguay de hoy.

La era frenteamplista fue construida sobre un relato. A excepción de regímenes tiránicos y de fuerza, ningún proyecto político puede afincarse sin un relato que lo sustente y lo justifique. El relato de la era frenteamplista habilitó la consolidación de ciertas cosas e impidió construir otras. Veamos algunos ejemplos.

Los gobernantes de la era frenteamplista -Vázquez, Mujica y respectivos colaboradores- vieron claramente la necesidad de modificar el Mercosur. Con la misma claridad vieron la necesidad de una reforma del estado; figura en sus discursos como la madre de todas las reformas. Pero no fueron más allá del discurso: no pudieron. ¿Por qué? Porque no se lo habilitaba el relato que los había llevado al gobierno, el relato sobre el cual estaban parados.

También proclamaron la necesidad de reformar la educación, necesidad que es tan obvia para todos los uruguayos como la reforma del estado. Pero no pudieron tocar nada por el freno que suponía el relato básico del Frente Amplio. Vázquez prometió nada menos que cambiar el ADN de la educación y todos sabemos cuánto le duró el impulso y cómo terminó. El relato tiene más fuerza que la evidencia, (hoy lo comprobamos con la situación de Cuba y la posición de los comunistas uruguayos).

La era frenteamplista, la de su hegemonía sobre el imaginario colectivo, se fue debilitando y, en cuanto hegemónica, terminó con la derrota electoral. Eso ha abierto un tiempo posterior el cual se sustenta en otro relato que se consolidó luego de la instalación del actual gobierno. Ese nuevo relato tiene varios capítulos pero todos ellos reposan sobre un rumbo común que es: todo aquello que el Frente no podía tocar nosotros lo vamos a tocar. ¡Y eso es la LUC! Los numerosísimos artículos de esa ley proponen todos tocar lo intocable. Quienes se propongan defender la LUC artículo por artículo sin haber entendido este contexto se van a enredar inútilmente en los detalles.

El Uruguay posfrentista (que no significa un Uruguay sin Frente Amplio) es hoy una sociedad en cuyas profundidades se ha producido un desplazamiento que ha abierto una hendija en aquello que estaba cerrado por el relato frentista.

El país se empezó a apartar y tomar distancia de un relato que impedía tocar ciertos asuntos que era evidente que había que tocar pero estaba autobloqueado para hacerlo. En resumen: este es hoy un país que pudo prestar oídos a la propuesta del Partido Nacional y su compromiso a tocar lo que hasta ahora era intocable.

La LUC fue presentada en la campaña electoral, a la población y a los partidos dispuestos a coaligarse, como la columna vertebral de la propuesta de gobierno. Esencialmente fue -y es- una disposición a tocar todo lo que era evidente que necesitaba ser tocado pero no lo podía ofrecer el Frente Amplio; más bien allí estaba la tranca para llegar a hacerlo.

Creo que esta es una descripción adecuada de la encrucijada política actual en nuestro país. Se podrá exponer con términos más académicos, pero en esencia es esto.

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