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Continuación y final

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JUAN MARTÍN POSADAS
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En estos tiempos que corren, en los que la lectura es un ejercicio exótico o un hábito abandonado, los que escribimos en los diarios deberíamos darnos por satisfechos con que alguien todavía nos lea; pretender además que se acuerden del contenido de la columna de la semana pasada es mucho pedir. 

Pero, como mi nota de la semana pasada quedó apretada y sin redondeo, esta de hoy se referirá a aquella.

El domingo pasado desarrollé lo que creo sea el camino que, sin darse cuenta, ha escogido el Frente Amplio para recomponerse y reubicarse después de su derrota electoral. La nota del domingo pasado terminaba con el siguiente párrafo: “El Frente Amplio se está arrinconando a sí mismo en una posición de no poder colaborar en nada con el gobierno. Cuando el estar en contra se convierte en relato identitario, esa ubicación no se puede abandonar más”.

Desde aquí arranco para agregar que algunos -unos cuantos- que han visto con alivio la rotación de los partidos en el gobierno, se regocijan ante la opción identitaria del Frente porque decir siempre que no lo coloca en permanente placé. Sin embargo esta situación no debe ser motivo de regocijo para nadie si se miran las cosas con proyección de futuro. Un Frente Amplio encerrado en los suyos, descartando cualquier contacto con los partidos de la coalición de gobierno (es decir, todos los demás) se irá haciendo más sólido pero, sin dudas, más chico. Sobre todo se irá corriendo hacia el exterior del sistema político del Uruguay, hacia confines exteriores de la cultura política de esta tierra.

Un Frente Amplio circunscripto en sí mismo, con un discurso dirigido exclusivamente a los suyos, conduce a un Frente Amplio que abandona la perspectiva de poder ganar y de gobernar otra vez. Eso es malo; es malo para el Uruguay. El partido político más numeroso se coloca afuera por propia decisión.

La genialidad política de los fundadores del Frente, de Seregni y del Tabaré Vázquez del primer gobierno, fue abrir el Frente (abrir la izquierda) y “hablarla,” pronunciarla, no en el lenguaje doctrinario de la izquierda ideológica sino en un “lenguaje” uruguayo que podía ser seguido sin obligación para nadie de convertirse en feligresía de la secta-iglesia marxista leninista.

Un partido político -sobre todo si es numeroso y dueño de lo que Pancho Vernazza ha llamado una grifa con gancho- es una contribución a la pluralidad si permanece dentro del sistema político pero es una amenaza cuando se autocoloca por fuera, no como uno más sino como el único auténtico. El sistema político uruguayo en su totalidad corre peligro si uno de sus hasta ahora componentes importantes busca su identidad fuera del sistema común en lugar de procurarla adentro.

La apetencia por el éxito electoral -que todo partido abriga y cultiva- lleva a los partidos a hacerse “votables” por los ciudadanos llamados independientes, que son quienes en definitiva definen el resultado de las elecciones. Esto, mal entendido lleva a partidos desdibujados y candidatos hipócritas, pero bien entendido es un factor de moderación a la larga.

Viendo lo que está pasando en la región (¡lo que acaba de suceder en las elecciones de Madrid!) resulta cada vez más importante atender a los factores de inclusión política y que sean cuidados desde todos los integrantes del sistema.

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