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Ciclo histórico

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Parece que se está completando un ciclo en el Uruguay: el ciclo de los tupamaros. Sería interesante que los politólogos iluminaran profesionalmente lo que han sido los tupas para el país en el lapso de sus cincuenta años de notoriedad.

Parece que se está completando un ciclo en el Uruguay: el ciclo de los tupamaros. Sería interesante que los politólogos iluminaran profesionalmente lo que han sido los tupas para el país en el lapso de sus cincuenta años de notoriedad.

Sus comienzos son conocidos y tanto sus acciones como las motivaciones o sustentos ideológico-políticos de ese movimiento guerrillero, tan exitoso en lo mediático como fracasado en lo militar, figuran en las crónicas periodísticas y en sus propios documentos internos. Su desenlace en cuanto guerrilla también es conocida: la derrota sumaria y la prisión prolongada.

Algo se ha escrito, sea como autocrítica sea como acusación, del disparate de haber encarado mediante las armas la transformación del Uruguay. Baste al respecto recordar la inútil admonición del Che Guevara, ícono de la lucha armada, cuando les dijo en la Universidad: no ingresen por el camino de los balazos en este país donde hay libertades y garantías; no sean irresponsables: cuando se dispara el primer tiro no se sabe cuándo será el último. La obsesión armada era parte de una moda-leyenda importada más que fruto de un análisis de la realidad uruguaya.

Menos se ha hablado y nada se ha escrito sobre la desorientación de los tupas en cuanto a los verdaderos defectos del Uruguay de aquel entonces. Embistieron contra un país que no era para extirparle males que no tenía. Tuvieron que ir allá, al último confín, a Bella Unión, para encontrar un grupo de compatriotas aplastados por una miseria inexcusable y luego convertirlos en símbolo de la situación general del Uruguay. Todo ello excogitado y elaborado en el encierro aislado de la compartimentación, tan alejado de nosotros los uruguayos que pretendían redimir.

Luego fue la prisión, la tortura, las fragmentaciones, las deserciones y los arrepentimientos. Más tarde la salida del Penal y el enrolamiento en la lucha política (que antes había sido desahuciada con desprecio). Durante años sus pedidos de ingreso al Frente Amplio fueron rechazados; al final lograron entrar, se convirtieron en el sector más votado y, con Mujica, ganaron la Presidencia. Breve y asombroso itinerario, sin duda.

El Mujica inaugural, el del discurso en la Asamblea General, recibe simpatía y admiración mucho más allá de los votos del Frente. Eso dura poco, se evapora en palabras cada vez más abundantes y realizaciones cada vez más exiguas. No vale la pena, porque lo saben hasta sus compañeros, enumerar la lista de tropiezos, improvisaciones y anuncios fallidos de su administración. También reclama la paternidad de algunos logros en el ámbito interno. En el ámbito internacional Mujica logra un renombre que no ha logrado ningún otro Presidente de la República. Eso, sin embargo, no le ha traído al país tratados o acuerdos más favorables (menos que nadie con sus vecinos de la región). A Mujica lo admiran muchos pero no lo imita nadie, lo alaban pero no le hacen caso ni los suyos, lo votan multitudes pero, ¿lo entienden? Ahora termina el gobierno de los tupas y el sucesor, Vázquez, ha entablado desde antes de asumir una distancia profiláctica hacia ellos como condición básica para poder ejercer el mandato que le corresponde.

Los tupas seguirán teniendo la mayor bancada parlamentaria y tienen chance de ganar la intendencia de Montevideo.

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Juan Martín Posadas

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