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Hoy se cumple la etapa final y definitiva establecida por el régimen electoral vigente. Como es notorio la elección se procesa a lo largo de pasos sucesivos que comienzan con la selección del candidato único de cada partido y tiene hoy su punto culminante.

Hoy se cumple la etapa final y definitiva establecida por el régimen electoral vigente. Como es notorio la elección se procesa a lo largo de pasos sucesivos que comienzan con la selección del candidato único de cada partido y tiene hoy su punto culminante.

La fundamentación teórica del sistema de balotaje es que éste proporciona un respaldo mayor a quien resulte electo presidente. En el sistema anterior los presidentes resultaban electos con un apoyo electoral propio que rondaba en un veinte por ciento. Ese argumento siempre me pareció endeble. Si en el balotaje el presidente termina con apoyos mayores es porque recibe votos de otro lado. El apoyo que cuenta en lo operativo es el número de legisladores propios, por más que el sistema haya sido pensado para darle mayor realce y respaldo a la figura del presidente.

Pero todo lo que antecede es teoría. La realidad uruguaya es que el Frente Amplio tiene mayoría parlamentaria por sí mismo.
El sistema electoral de balotaje tiene algunas consecuencias que podríamos llamar orgánicas o sistémicas, de las cuales se derivan necesidades de cautela. Según lo explicado otras veces, este sistema electoral tiene una lógica binaria: encamina todo el proceso hacia un desenlace final entre dos contendientes. Eso produce una consecuencia práctica: divide al electorado final en dos.

La división generada es —teóricamente— una división electoral; nada más. Pero si se la maneja con imprudencia o aviesa intención puede generar una división más honda en la sociedad. Eso es lo que ha sucedido en este último tiempo. Se han hecho lugar —y se les ha dejado actuar y en muchos casos se los ha estimulado— figuras partidarias que han fomentado la burla y el desprecio de una parte de la sociedad sobre la otra.

Las sociedades sanas honran a los constructores de unidad, a las personas y a los grupos humanos que anteponen la consolidación de la sociedad al cínico dividir para reinar. Pero no se trata solamente de una valoración ética: también es una precaución de política inteligente. Uno nunca sabe qué circunstancias difíciles pueden sobrevenirle a la Patria que puedan demandar una respuesta nacional unida y compacta.

No es realista esperar grandeza de parte de quien no la tiene ni conoce siquiera el significado del concepto. Lo que sí tenemos derecho a esperar es contención de las reacciones atrabiliarias, sobretodo de aquellos que ocupan cargos de responsabilidad (o están a la espera de ocuparlos).
Como bien escribió el viernes el Dr. Leonardo Guzmán en su columna: “por encima de quienes impulsen la confrontación, el Uruguay necesitará volver a emocionarse colectivamente y a tener fe en la razón, expuesta en orden y con fundamentos”…

La tarea que nos espera es delicada porque es doble. Por un lado fomentar la unidad en todos sus aspectos y sin descanso. Pero por el otro lado, con no menor intensidad y convicción, habrá que denunciar y combatir sin desmayo ni excusa a los agentes de desunión que buscan dividir a los uruguayos en categorías, tal como sucedió en el triste e ignominioso pasado del período militar.

Las designaciones de las categorías que ubican a unos uruguayos acá y otros allá serán otras hoy, pero la mentalidad que las produce es básicamente la misma.

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Juan Martín Posadas

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