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Cambios de humor

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Juan Martín Posadas
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El presidente Vázquez está cambiado. Hasta hace relativamente poco él se mantenía sensatamente apartado de aquellas menudencias de la reyerta política cotidiana y reservaba sus intervenciones públicas a los grandes temas nacionales. Se tenía respeto: a sí mismo y a su investidura.

Vázquez ha cambiado, ha perdido serenidad, se irrita y lo deja ver. Es cierto que no le faltan motivos, pero antes tenía más control (de la situación y de sí mismo).

La cercanía de Sendic a su lado generaba una situación difícil e incómoda para cualquiera. ¿Le pedía o no le pedía la renuncia? ¿La aceptaba o no la aceptaba? Primero fue aquello de "yo en su lugar renunciaba". Después vino la condena frontal y sin reticencias del Tribunal de Conducta Política y, sobre todo, empezó venir el rechazo enojado de buena parte de la opinión pública, que fue lo que hizo finalmente estallar el absceso. Entonces, eliminada la piedra en el zapato, el dial de Vázquez giró hacia el ditirambo: ¡pobre Sendic! ¡Lo que le hicieron a él, tan cumplidor, ejemplar y bien educado! Pero eran elogios dichos con bronca, con más animosidad hacia los que habían criticado que verdadera empatía con Sendic: eran elogios como pedradas a la oposición. La antigua mesura de Vázquez no volvía.

Vázquez supo ser un hombre que nunca perdía la línea; si era necesario eliminar a alguien lo hacía sin perder la calma, justificando el degüello con una mezcla de calma de cirujano y unción de predicador: en ambos casos sin alteración visible ni del pulso ni del estado hepático. Ahora no: ahora está atrabiliario.

Según el diccionario esa palabra significa persona de carácter destemplado y de semblante triste. Desde el punto de vista etimológico la palabra atrabiliario quiere decir alguien que tiene la bilis negra. En latín "atra" es negro. En griego negro es "melan". De ahí proviene melancolía: un estado de ánimo en tinieblas, un ver todo negro.

Es fácil explicarse ese estado de ánimo oscuro, atrabiliario y algo melancólico, en un Vázquez que ha de recordar con nostalgia la armonía y disciplina interna de su primer mandato y —quizás— se pregunte una y mil veces en los atardeceres, por qué agarró esta segunda vuelta donde le enchufaron de compañero de fórmula a Sendic y donde las trapacerías de éste terminaron en que tenga que sonreírle a Lucía, la vidente de diplomas invisibles, la que comparte rancho y lecho con aquel que le legó todos los desastres que ha recibido en su segundo gobierno, desde el agujero (también negro) de los mil millones de Ancap, los compromisos insoportables con el delirante de Venezuela, los clavos irrecuperables del Fondes y la marihuana que no se puede vender, hasta la obstinación tan comunista de Susana Muñiz para defender las corruptelas de ASSE.

El Presidente de la República, por más problemas que le hayan caído encima y le comprometan el sueño y el hígado, debe mantenerse al margen de las escaramuzas interpartidarias y debe hacerlo tanto para preservar el carácter de su investidura como para preservar su agenda, es decir, el tiempo y la energía que deben estar volcados a las vicisitudes del país. Al no hacerlo se expone a la réplica mordaz, al chascarrillo y a un agravamiento del mal humor y de la melancolía.

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