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De asombro en asombro

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Este columnista ha procurado ocuparse sobre temas o asuntos de fondo de nuestro país, evitando darle mucho espacio a lo pasajero.

Sin embargo hay semanas en las que lo efímero convoca por ser revelador de aspectos sustanciales.

Resulta asombroso que la dirección de un partido político prohíba que sus candidatos participen en un programa televisivo de debate preelectoral. Resulta asombroso no tanto por los para mí presuntos méritos del debate en sí, sino porque el debate político, en la evaluación popular, ha sido elevado a la jerarquía de imprescindible. Cae mal cuando el candidato personalmente se niega a debatir pero es mucho peor que la dirección partidaria los someta a un acto de obediencia en ese campo.

Lo del debate podría ser discutible: lo que dobla la apuesta de lo insólito es que la dirección partidaria del Frente prohíba además a sus candidatos a reunirse con el Presidente de la República o tener contacto con él. Esta orden y la anterior prohibición ponen a los candidatos del Frente Amplio en la categoría de marionetas, lo cual no es la mejor imagen para quienes aspiran a gobernar. Esas decisiones jerárquicas van a ser contraproducentes electoralmente para el propio Frente Amplio y ellas están mostrando, una vez más, la creciente desconexión actual del Frente con los valores y modo de ser de los uruguayos.

Pero más asombrosas aún son las fórmulas de acatamiento que han ofrecido los candidatos embozalados. Se destaca la del Dr. Villar, quien antes estaba a favor y ahora está en contra (o viceversa). Se repite en su caso algo que pude comprobar directamente en otros tiempos: personas que ingresan a la actividad política tarde en sus vidas y provenientes de otras actividades (el Dr. Villar proviene de la medicina) que cuando entran a la política creen (subconscientemente, supongo) que están entrando a un juego de truhanes en el cual cualquier lengue-lengue basta como explicación y cualquier contradicción se subsana fácilmente si uno no pierde la calma. Veamos. Dice Villar (El País, 13-8-20) que la prohibición está bien porque “se tomó en cuenta el concepto de tener que ir mostrando capacidad de diálogo, de negociación colectiva y no de enfrentamientos”. Negarse a debatir y rehuir contacto con el Presidente ¡va en la línea de mostrar capacidad de diálogo y negociación!

Como si estos motivos de asombro fueran poco, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se ha considerado con facultades como para indicarle al Parlamento del Uruguay qué leyes tiene que votar y cuáles no sería conveniente que lo hiciera. Esta intromisión va en la misma línea de ciertas intervenciones del Instituto de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, es decir, la línea de lo que los muchachos llaman el desubique.

Tanto la Comisión Interamericana como el Instituto nuestro no cuentan con otra herramienta para ser útiles y cumplir con sus cometidos que el prestigio de su propio accionar. Al poner en riesgo ese prestigio, como viene sucediendo en ambas instituciones (la nuestra con cómoda ventaja al pretender sustituir al Poder Judicial sin ofrecer las garantías debidas), ellas mismas neutralizan la posibilidad de ser tomadas en serio y de producir los beneficios que de ambas se esperan y para lo cual fueron creadas. Una vez perdido el respeto, lo único que producen son titulares de asombro; en cuanto a transformar la realidad y contribuir a esclarecer las conciencias: nada.

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