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El arrastre regional

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Juan Martín Posadas
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Días pasados se concretó la incorporación del exdiputado Mujica a las filas del sector mayoritario del Partido Nacional. Se trata de un hecho de importancia política por partida doble: por un lado, por las condiciones personales de Mujica y, por el otro, por provenir del Frente Amplio.

Es un desgajamiento y una incorporación, reflejo de dos movimientos actualmente en curso: en un lado el menguante y en el otro el cuarto creciente.

Estos movimientos políticos tienen sus componentes locales —como es el caso de la incorporación mencionada de Gonzalo Mujica— y, a la vez, se inscriben en procesos regionales o continentales. Ambas dimensiones tienen particularidades y merecen atención.

En nuestro país estuvo instalado durante muchos años un sentido común autocomplaciente respecto a la condición excepcional del Uruguay en relación a su vecindario continental. Hay que tomar en cuenta que nada se asienta en el imaginario colectivo si no tiene por lo menos algo de base fáctica real. El Uruguay de mi juventud (lejana) se distinguía efectivamente de los países de la región. Era superior su nivel educativo, su nivel político y su nivel económico (no solo en cuanto a la riqueza sino en su distribución).

Desde ese pedestal nos tuvimos que bajar —no sin protestas y autoengaños— cuando empezó la ola continental de movimientos guerrilleros y la elaboración conceptual de justificativos para la lucha armada. No había en este suelo condiciones para que germinara esa semilla pero allá fuimos con los tupamaros (a falta de Sierra Maestra mistificamos Bella Unión: después de todo los cañeros eran parecidos).

Luego, como reflujo de aquello, sobrevino la ola de los gobiernos militares y, para vergüenza de nuestros preciados antecedentes, tuvimos también nosotros generales gobernando, tal co-mo en todos los países de la región. Vino más tarde el agotamiento castrense y la ola fue de retorno a los cuarteles y de restablecimiento republicano: allá fuimos también nosotros.

Sobrevino más tarde la ola de gobiernos llamados progresistas, populistas o izquierdistas —póngale usted el nombre que quiera— y también tuvimos el nuestro, con el Frente Amplio. Ahora, en los años que corren, está teniendo lugar el retroceso y ocaso de esos gobiernos: en toda la región, y acá también.

La excepcionalidad del Uruguay —la real y la mistificada— hace rato que se ahogó en la sopa, como diría Discépolo. Unos dirán que los intelectuales de izquierda nos incitaron, con tanto ahínco y folklore, a ponernos del lado de los desposeídos del continente que, al final, nos latinoamericanizamos del todo. Otros dirán que la suba colosal del precio de las materias primas producidas en la región dio pie (y fondos) para asentar gobiernos de orientación distributiva (y el declive de esos precios de novela los dejó sin fondos y sin discurso). También se puede agregar, sin falsear los hechos, que tanta plata los mareó y los corrompió. Sean cuales fueren las causas que operaron, el hecho es que actualmente estamos en el último de esos vaivenes: en el ocaso de esos regímenes. En la región y acá también. No somos tan excepcionales.

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