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Aprender por el espanto

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juan martín posadas
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Los uruguayos tenemos una marcada tendencia a informarnos poco y escandalizarnos mucho con los acontecimientos políticos de la Argentina.

Podríamos cosechar interesantes lecciones si nos detuviésemos a observar con atención y trasladar luego hacia estas orillas lo observado. Con ese propósito voy a recurrir directamente a un análisis de la situación política argentina publicado en Perfil el año pasado bajo la firma de uno de los analistas más serios de ese medio, el Dr. Gustavo González. Si el lector es capaz de leer lo que sigue cambiando mentalmente los nombres de los protagonistas argentinos por equivalentes uruguayos el mensaje le quedará claro.

“A Gramsci se lo llama el marxista de la superestructura porque entendía que el verdadero poder se terminaba de ejercer cuando se lograba la hegemonía cultural sobre la población a través de la educación, la religión y los medios de comunicación… Los ideólogos cristinistas (de Cristina Kirchner) trataron de conquistar una nueva hegemonía cultural. Nunca terminaron de lograr pero sí consiguieron desarrollar una narrativa propia y potente que fue aceptada como real por un porcentaje importante de la sociedad (¿20/30%?). Sin embargo, del otro lado subsistió un antimito, el relato que sataniza todo lo que Cristina representa y que es asumido como real por otro porcentaje similar de argentinos.

El problema de fondo no es el duelo eterno entre dos culturas, sino que se trata de culturas que se presentan como excluyentes. Ganar es derrotar a la otra. Son dos mitos que se construyeron en función del anti (anti peronistas, anti gorilas) y cuya función consiste en boicotear todo lo que proviene del otro y defender, como sea, todo lo propio. Si unos dicen que la mejor vacuna es la rusa, los otros dirán que es la británica. Si dicen que la cuarentena sirvió, los otros dirán que fue el mayor fracaso. Si los otros robaron, los otros responderán que los otros robaron más. Hasta los actores son mejores o peores según de qué lado del relato estén. Con los cantantes, periodistas, deportistas e intelectuales pasa lo mismo.

Puede ser que la paridad de fuerzas permita que ambas culturas sigan vivas, sin terminar de excluirse mutuamente. Lo que no puede ser es que eso sirva para madurar y crecer. Una hegemonía fuerte versus otra hegemonía fuerte da como resultado una sociedad frágil y una sociedad frágil produce un país pobre, siempre a tiro de girar 180º según la hegemonía dominante en cada momento. El empate hegemónico es la representación teórica de la grieta y simboliza en sí mismo el fracaso de los dos sectores en punta. Al ser una pelea de suma cero, que ninguno haya ganado significa que ambos perdieron”. Hasta aquí Gustavo González.

En nuestro país se está empezando a pensar y a hablar, aunque por ahora en forma condicional o hipotética, en términos de dos mitades políticas poderosas definidas cada una por el rechazo de la otra. Creo que por ahora nuestra realidad no es tan así pero, ya se sabe, los cambios de la realidad empiezan en la cabeza y en el lenguaje. Lo que no se pronuncia no es, no existe, pero lo que se repite cobra vida. A fuerza de repetir y de imponer un relato lo real pasa a ser lo que dice el relato: como todo el mundo lo repite termina siendo, a los efectos prácticos (y políticos), la realidad. Se genera lo que se enuncia, se crea mediante el relato. Si observamos con atención lo sucesos argentinos habremos de poner cautelosamente nuestras barbas en remojo.

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