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Anticipar el futuro

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Juan Martín Posadas
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Hacer futurología es un error político que puede costar caro. Futurología es confundir lo que va a suceder con lo que uno quiere que suceda. Pero anticipar el futuro es una condición de baqueano político. Anticipar el futuro es prepararse.

Es posible anticipar ciertos rasgos del futuro que nos espera. Creo que se puede anticipar que el Frente Amplio pierda las próximas elecciones y que paralelamente pierda la supremacía absoluta que ha tenido sobre el sentido común ciudadano. También se puede razonablemente anticipar que el próximo gobierno se va a encontrar con una situación asaz difícil. Mala situación por dos motivos. Uno, porque el panorama internacional —del cual un país pequeño es siempre dependiente— seguirá inestable y tirando a peor. Dos, porque la sucesión de gestiones frenteamplistas en el gobierno dejará al que viene una colosal acumulación de problemas, tanto económicos (endeudamiento público, déficit, maraña impositiva, administración pública ineficiente, etc.) como de orden cultural (inseguridad, enseñanza que no ha preparado, hábitos de reclamo al barrer, atisbos de corrupción, etc.).

Se puede anticipar que los dirigentes derrotados del Frente Amplio —quizás no todos— vayan a quedar con la marca ardiendo, doblemente amargados: por la derrota y por saberse los responsables de la misma, lo cual los llevará a oponerse rabiosamente a todo.

Pero los notorios errores y chambonadas de los gobiernos frentistas, aquellos que habrán precipitado su derrota electoral, van a desencadenar una emigración entre sus filas (probablemente modesta). Agregado a eso también se puede anticipar que se sumará una porción de ciudadanos sin partido que otrora acompañaron la ola mayoritaria, pero están cada vez más alarmados por la situación del país.

Ese nuevo gobierno, que habrá de instalarse en semejantes condiciones, tendrá por delante una tarea de desmonte y de implantación. El desmonte será apartar sin vacilaciones los anteriores materiales nocivos. Pero, al mismo tiempo, la implantación deberá hacerse bajo la inequívoca disposición a incorporar también a los que podríamos llamar los refugiados de la vieja cultura que, ante la gravedad de la hora, estarán dispuestos a darle una oportunidad a lo que viene en sustitución de aquello.

También creo que sea posible anticipar algo más. El Frente Amplio de hoy no es el mismo de antes, no es el Frente de Seregni. Ese Frente de hoy va a ir dejando gradualmente de sentirse atraído o identificado con gobernantes como Chávez o Maduro y buscará identificación con gobernantes como Lagos o Bachelet. Es decir, el Frente va a entrar en un proceso de volver a ser un partido de izquierda.

El Uruguay es hoy un país dividido que se expresa a sí mismo con un vocabulario de intransigencia y proyecta todo en términos de inclusiones selectivas o directamente de exclusión y condena del discrepante. Será el partido ganador de la próxima elección quien podrá armar el respaldo necesario para implementar la lógica inclusiva y el discurso tolerante. Será el próximo gobierno quien —en medio de las enormes dificultades reseñadas más arriba— vivirá el quiebre histórico que habrá de habilitar el retorno del Uruguay a una política y una ética como la de la Paz de Abril. Todo esto no viene solo, podrá ser si alguien lo hace: hay que prepararlo, hay que ir encontrando y desplegando las actitudes preparatorias. Si no es así, ¡pobre Uruguay!

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