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Fin de Año

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JUAN MARTíN POSADAS

Apoyarse en un balance negativo, o sea, buscar en todo lo que está mal peldaños para subir al gobierno, está generando problemas a la izquierda.

Se está acabando el año. Estos saltos en el calendario han sido considerados como propicios para el balance. Nada más alejado de la realidad. Probablemente no haya momentos más impropios con el sofoco y las correrías de estos días. Pero el uruguayo siempre está haciendo balance.

Hay un estilo uruguayo de hacer balances. En nuestro país existe un equívoco conceptual respecto a la univocidad. ¿Qué quiere decir esto? Que se maneja el término EL Uruguay, olvidando que las sociedades humanas no son homogéneas: son diversificadas y conflictivas. El Uruguay no es un bloque macizo que se va todo para arriba cuando le va bien y se hunde íntegramente cuando le va mal.

Más allá de los indicadores generales, lo que sucede es que a algunos uruguayos les va bien o mejor y a otros les va mal. Cuando se dice que ahora el Uruguay está mejor (y es verdad: llevamos cuatro años de crecimiento sostenido del PBI, los dos últimos años del período de Jorge Batlle y los dos primeros de Vázquez) se alude a un promedio o una tendencia. Pero aquellos uruguayos a los que les ha ido mal (y algunos hay) leen allí una mentira, se enojan. Punto primero: los balances son promediales.

Punto dos: durante mucho tiempo en el Uruguay la suerte del individuo estuvo muy ligada a la acción del estado. A partir de ello se generó una conciencia colectiva de que el destino personal dependía directa y exclusivamente del estado. Todo se le reclamaba al estado porque todo se le atribuía al estado y, por extensión, al gobierno. Esa vieja mentalidad aún subsiste en varias versiones. La que es pertinente para este razonamiento es la siguiente: si soy adversario político del gobierno no puedo reconocer que al Uruguay le vaya bien, dado que, si todo es obra del gobierno, al reconocer que las cosas van bien estaría pasándome a filas adversarias.

Sucede que con un estado cada vez más pobre y menos poderoso, una importante parcela del progreso del país (sin duda la más innovadora) se procesa en otros ámbitos, ajenos al estado y, a menudo, a pesar de él. Esto es perceptible para cualquier observador atento pero, sin embargo, el mecanismo atávico sigue funcionando. Tan es así que, en el seno de la izquierda en el gobierno, se produce un desacomodo, como enseguida se verá.

Sucede que, así como unas cuantas generaciones atrás, a impulsos del batllismo, el Uruguay había incorporado culturalmente un discurso nacional de euforia y autocomplacencia ("como el Uruguay no hay"), así también, posteriormente, a impulsos de la izquierda, incorporamos culturalmente un discurso derogatorio. Tan críticos nos pusimos que eso pasó a ser una señal de distinción intelectual. Carlos Maggi escribió hace un tiempo: "el que dice que algo está bien se siente traidor a lo convenido. A tal punto esto es así que hizo exclamar a un joven lúcido: yo creo que en este país decir que todo está mal es ser complaciente, porque eso es lo que dice todo el mundo".

La izquierda, artífice durante años de este discurso negativo, está viendo con sorpresa que parte de sus huestes no han podido aún desembarazarse de viejos hábitos. Apoyarse en un balance negativo, o sea, buscar en todo lo que está mal los peldaños para subir al gobierno, está generando problemas a la izquierda gobernante.

Cualquiera de estos tres aspectos dará material abundante para que pensemos un poco las formas corrientes de hacer balance que tenemos los uruguayos. Pero, claro, después que pase el bochinche.

¡Feliz Año Nuevo!

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