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Uno menos y uno más

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Resulta curioso comprobar cómo los humanos investimos a determinados enunciados con una carga de convicción tal que, aunque la experiencia nos demuestre lo contrario, nos mantenemos impertérritos en su afirmación.

Uno de esos enunciados es aquel que dice que al llegar el fin del año el ser humano se encuentra en inmejorable situación para trazar raya y efectuar un balance.

Que las proximidades de fin de año, en los hechos, sean un tiempo de corridas, jadeos, batallas campales en los comercios, peligros exponenciales en el tránsito, encuentros forzados con quienes no tenemos mucho que ver y falta de tiempo y paz para el encuentro con los que queremos y con nosotros mismos, nada de eso impide que sigamos atribuyéndole a ese tiempo fugaz y febril las mejores condiciones para efectuar un balance espiritual. ¡Alarmante comprobación de la necesidad de revisar las sentencias bendecidas por la llamada sabiduría popular!

Pero, por otro lado, las expectativas traen, incluida y por el mismo precio, rutinas consagradas, y, además, las expectativas frustradas desorientan, despiertan preguntas desubicadas e impropias y terminan generando sospechas.

Hay un estilo uruguayo de hacer balances. En nuestro país existe un equívoco conceptual respecto a la univocidad. ¿Qué quiere decir esto? Que se maneja el término “el Uruguay” olvidando que las sociedades humanas son heterogéneas, diversificadas y conflictivas. El Uruguay no es un bloque macizo que se va todo para arriba cuando le va bien y se hunde íntegramente cuando le va mal. Más allá de indicadores generales lo que sucede en la realidad es que a algunos uruguayos les va bien o mejor y a otros les va mal o peor que el año anterior.

Durante mucho tiempo -varias generaciones- en el Uruguay la suerte del individuo estuvo muy ligada la acción del estado. A partir de ello se generó un imaginario colectivo de que el destino personal dependía directa y exclusivamente del estado. Todo se le reclamaba al estado porque todo se le atribuía al estado y, por extensión, al gobierno.

Esta vieja mentalidad ha dejado de tener un sustento, sobretodo sustento económico, pero subsiste deformada en varias versiones subalternas. Una de ellas, la que es pertinente para este razonamiento, es la siguiente: si he sido adversario político del gobierno no puedo reconocer que al Uruguay le vaya bien, dado que, si todo es obra del gobierno, al reconocer que las cosas están bien o mejor, estaría pasándome a filas adversarias. Y viceversa: si he sido partidario del gobierno me siento obligado a decir que todo absolutamente está mejor y no puedo admitir que se encuentre falla o defecto alguno.

Hay muchas y mejores condiciones a esta altura para soltar esas ataduras y mirar la realidad -la del país y la personal- con más libertad y con más propiedad. Con esa disposición de ánimo estas fechas de balance serán más positivas en sus dos sentidos, pasado y futuro. La fecha que se celebra es, a la vez, la de un año que se fue y otro que vendrá. Hay cosas que quedaron atrás y en el pasado deben quedar y cosas por inaugurar a las que deberemos hacerle lugar con optimismo y alegría.

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