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¿Cómo somos?

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JUAN MARTÍN POSADAS
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¿Cómo somos los uruguayos? En estos momentos en que no se habla de otra cosa que del coronavirus y que, por otra parte, estamos todos encerrados en casa sin mucho que hacer, las dos cosas se juntan hacia esa pregunta, tan vasta y abierta: ¿cómo somos?

Lo que en otros momentos podría ser una pregunta en el aire, tema de conversación cuando no hay tema, ¿no tendrá hoy respuestas interesantes y concretas? A mi modo de ver tiene respuestas sorprendentes y reconfortantes. A poco que nos detengamos a reflexionar comprobaremos que es así.

Tengamos en cuenta que un pueblo llega a ser aquello que se imagina que es, aquello que su imagen generalizada dice que es. Un pueblo termina siendo aquello que piensa o imagina que es capaz de ser. Si no lo piensa, si no lo imagina, no llegará nunca a serlo. Cuando decimos que la puntualidad es cosa de ingleses y que aquí no va a prender y es en vano esperarlo, estamos operando para que efectivamente sea impracticable acá. Las sociedades se construyen (o se destruyen) en el ámbito de lo imaginario.

Lo que un pueblo dice de sí mismo en la conversación cotidiana construye a ese pueblo en el sentido de ese relato. Los pueblos “cumplen” la imagen que se han hecho de sí mismos. Los alemanes son exactos, formales y trabajadores. Todo el mundo lo dice. Los primeros que lo dijeron son los alemanes. Se dijeron a sí mismos: los alemanes somos así. Ser alemán es eso. Y ellos viven y actúan en esa convicción, en ese imaginario social. No es que el clima o la geografía genere ese tipo de gente: es una cultura; y toda cultura es un relato, un conjunto de relatos que se refuerzan a sí mismos.

¿Cómo somos los uruguayos? Se dice que en los momentos difíciles es cuando se pone de manifiesto y se ve lo que es una persona, lo que vale, de cuánto es capaz: si enfrenta o si se da vuelta, si se encierra o se solidariza, si se queja o se esfuerza y así... Lo mismo en el caso de los pueblos. Lo que yo veo en los uruguayos en esta brutal crisis que nos aporrea me reconforta, me entusiasma. Por la solidaridad que se ve y por la serenidad con que se enfrenta, es decir, por no haber perdido ni la cabeza ni el corazón.

El relato que de sí mismo elabora un pueblo (la respues-ta espontánea a la pregunta ¿cómo somos los uruguayos?) construye lo que expresa. Cuando estos días relatamos y comentamos con sincera admiración la entrega del gobierno y la solidaridad de los ciudadanos, el común proceder sin alharacas pero sin titubeos, estamos consolidando todo eso, estamos afirmando, haciendo más firme, esa realidad por medio de la enunciación del relato.

Los relatos, por oposición a los bolazos, tienen una base de realidad: no se sostiene un relato de heroísmo si todo el mundo se ha metido debajo de la cama. Pero, además de la base real los relatos necesitan -es obvio- palabras. Hay una partitura musical pero tiene que haber letra y tiene que haber quien la cante. La forma en que se está comportando el Uruguay de hoy merece ser transformada en relato, un relato que diga: los uruguayos somos así. Y al decirlo legitime y consolide ese comportamiento: diciéndolo nos haremos más lo que somos. El relato espontáneo de una sociedad sobre sí misma tiene un efecto sacramental. Multiplicar día a día este relato nos hará más aptos para enfrentar la crisis actual y mejores -mejores uruguayos- para adelante, mientras dure el relato, mientras se siga contando y repitiendo y al hacerlo se siga consolidando y legitimando.

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