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Las redes antisociales

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Jorge Grünberg
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Las innovaciones tecnológicas se desarrollan en ciclos. La primera etapa suele ser el encandilamiento.

Después de un tiempo nos preguntamos cómo podíamos trabajar, entretenernos o comunicarnos sin esa nueva tecnología. La velocidad de difusión de nuevas tecnologías aumenta sin cesar. Por ejemplo, la difusión global del teléfono fijo llevó 100 años pero la del teléfono celular menos de 20.

Al principio las nuevas tecnologías disruptivas parecen míticas, en el sentido de Roland Barthes. Según Barthes, los mitos son una forma de presentar una ideología como si fueran parte inevitable de la naturaleza en lugar de una creación humana. Algunas de estas nuevas tecnologías se difunden tan rápido y se integran tanto a nuestras vidas que no las cuestionamos de la misma manera que no cuestionamos la existencia de los árboles o los ríos. Pero todo cambio tecnológico tiene consecuencias.

La energía nuclear parecía una panacea, capaz de brindar energía ilimitada, limpia y barata. Pero con el tiempo encontramos que los residuos son peligrosos y casi eternos, que los accidentes pueden ser catastróficos y que los insumos pueden ser usados para armas de destrucción masiva. El automóvil surgió como símbolo de movilidad y libertad personal. Pero con el tiempo poluyó el aire que respiramos, obligó a cubrir de cemento parte de nuestros paisajes, a ocupar nuestras ciudades con estacionamientos y a vivir parte del día en embotellamientos.

Una de las tecnologías más recientes, más difundidas y más peligrosas son las redes sociales. Hace 10 años, menos del 7% de la población utilizaba redes sociales, ahora más del 70%. Las redes se han vuelto el principal medio por el cual las personas se informan (o desinforman), se comunican (o se agreden), se conocen (solo entre personas similares) o generan campañas activistas en gran escala (el ejemplo más reciente es la campaña de Jair Bolsonaro).

Todas las tecnologías tienen ideas embebidas que definen sus impactos culturales. Por ejemplo, una de las ideas de la televisión es que solo podemos confiar en lo que vemos, lo que ha tenido como consecuencia un culto a la inmediatez y a la desvalorización del contexto. Las redes sociales se basan en ideas potencialmente perjudiciales para la vida en sociedad. Por ejemplo, que la forma natural de agruparnos es entre personas con opiniones similares, que no existen límites al tono o al contenido de lo que se puede decir, que todas las opiniones tienen el mismo valor, independientemente de su (in) coherencia o (carencia de) fundamentación o que lo esencial de las relaciones humanas es cuantificable (cantidad de amigos o seguidores, de "me gusta", de "republicaciones").

La comunicación humana en las redes sociales está moldeada por esas ideas. Frases cortas, terminantes, imperativas, redacción entrecortada, combinación de palabras y emoticones en una forma de "neo-tecno-sintaxis". Todo el mundo se siente llamado a opinar y pocos a escuchar. El objetivo no es convencer sino desacreditar. La autovalidación se basa en la cantidad de seguidores y de respuestas positivas. El riesgo es que con el tiempo esa forma de comunicación digital se transforme en la comunicación humana por defecto. Parafraseando a McLuhan, "nos transformamos en lo que usamos", diseñamos nuestras herramientas pero ellas nos modifican a nosotros.

En el pasado, la persecución y el bullying requerían un aparato estatal. Por eso las dictaduras se adueñaban de las radios y los diarios y quemaban los libros. Las redes sociales han privatizado el bullying. Los grupos neonazis o los terroristas de ISIS utilizan las redes sociales para movilizar a sus seguidores, coordinar sus actividades y hostigar a los grupos a los que odian. Los intolerantes o los simplemente frívolos pueden acosar a los que son distintos desde el anonimato. Los escraches ya no requieren desplazarse físicamente.

Pensábamos que las redes sociales generarían comunidad y diálogo. Pero en muchos casos fomentan grupos encerrados en los cuales no hay diálogo, solo reconfirmaciones de prejuicios. No hay hechos a comprender, solo conspiraciones a difundir. Nuestras mentes todavía no han comprendido en toda su dimensión las consecuencias para la convivencia democrática de estas comunidades que viven en realidades alternativas.

Estas preocupaciones con las redes sociales no implican desconocer sus beneficios ni oponerse al cambio tecnológico. Significa exigir a esas empresas que dediquen esfuerzos a contener el odio, el bullying y las noticias falsas. Significa actualizar las leyes aplicables para adecuarlas a estos nuevos medios. Deberíamos aplicar a las redes sociales la misma mirada crítica que a la industria tabacalera de manera que su utilización sea lo menos tóxica posible sin restringir la libertad de empresa ni de expresión. Nuestro país fue mucho más ejecutivo en regular Uber que en supervisar estas redes en las cuales hemos visto compatriotas siendo abusados sexualmente, adolescentes armados y drogados, incitaciones a la violencia de fanáticos deportivos o religiosos.

La tecnología brinda ventajas que debemos aprovechar, pero al mismo tiempo tiene impactos culturales que no debemos ignorar. Aprovechar los primeros y contener los segundos es nuestro desafío para preservar una sociedad democrática y humana en el nuevo siglo.

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