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La elección del futuro

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jorge grünberg
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En las democracias los partidos políticos canalizan las preferencias políticas de los ciudadanos.

Pero los ciudadanos no solo tienen opiniones políticas sino también sociales, culturales, deportivas, religiosas y de otras índoles. Organizaciones como iglesias, clubes o universidades brindan a los ciudadanos canales de expresión y contextos de encuentro. Ciudadanos que votan a distintos partidos se encuentran y comparten sus intereses en esas instituciones.

Los riesgos para la democracia comienzan cuando esos límites se desdibujan. Si una iglesia, una compañía teatral o una cámara empresarial, por ejemplo, se conducen como portavoces o apéndices de partidos políticos, la democracia se debilita. Si los festivales de música, las clases de historia o las exposiciones ganaderas se transforman en actos partidarios en lugar de ocasiones culturales, educativas o económicas, la sociedad se empobrece.

Las personas se agrupan en “cámaras de eco” donde solo escuchan opiniones e ideas que le son afines. Al alejarse de los que piensan, sienten o se comportan distinto, los prejuicios empiezan a sustituir el conocimiento y las fantasías a las realidades. La política se vuelve omnipresente en las interacciones sociales, los matices desaparecen. Los argumentos no se valoran por la evidencia sino por la identidad. Los argumentos de “los nuestros” son siempre verdaderos y los de “los otros” falsos por definición. Las redes sociales aceleran y amplifican estos procesos de segregación social y cultural.

Una sociedad dinámica e innovadora requiere dialéctica en lugar de pensamiento hegemónico, requiere que existan zonas de la vida que no estén definidas por la política y la ideología.

Estamos en un año electoral, un momento importante en especial para los jóvenes que en muchos casos votarán por primera vez. Las universidades deben ser entornos respetuosos de la laicidad en donde la primacía sea del conocimiento y de la exploración científica e intelectual. El aporte de las universidades al país debe ser desarrollar visiones de largo plazo, el sincretismo entre corrientes de pensamiento y nuevas formas de articulación social entre los ciudadanos.

Esto no quiere decir que los educadores no debamos brindar nuestras opiniones. Mi sugerencia para los jóvenes es que no subestimen la importancia de la política y del voto. La política no debe dominar nuestras vidas, pero tampoco podemos ser indiferentes a ella ya que eso significa que las decisiones las tomarán otros por nosotros. Otra sugerencia es que no elijan su voto por inercia familiar, por presión de pares o bajo la influencia de eslóganes o discursos superficiales.

Lo importante es que los jóvenes se pregunten qué partidos o candidatos representan mejor a sus propios valores y ambiciones. Que se pregunten qué partidos o candidatos ofrecen un futuro en el cual se sientan incluidos y en el cual tengan oportunidades de alcanzar sus metas personales. Si pensamos en términos de valores y metas de largo plazo exigiremos a los que buscan el poder pensar también en esos términos. Estaremos exigiendo a los candidatos más ideas y propuestas y menos repeticiones de fórmulas ideológicas. Estaremos exigiendo de los candidatos que expongan visiones más inclusivas del bien general y menos centradas en su partido o su sector.

En particular las comunidades universitarias deben valorar los planes educativos de cualquiera que quiera gobernar el país. El siglo XXI no nos encuentra bien preparados. Somos un país poco competitivo para la producción industrial. Nuestra fuerza laboral es demasiado cara para tareas de baja especialización pero insuficientemente educada para tareas de alta especialización. Los mega proyectos agroindustriales como las papeleras no son una opción escalable de desarrollo. Esos proyectos tienen problemas como la sobreconcentración del riesgo o la utilización desproporcional de la infraestructura pública, así como perjuicios a la ecología de nuestros sistemas naturales que no siempre son reversibles ni renovables. El desarrollo a partir del Estado y los empleos y subsidios públicos, también es una estrategia limitada como la historia ha demostrado y nuestro país ya alcanzó ese límite.

Debemos cambiar nuestro modelo productivo como lo hicieron exitosamente otros países en las últimas décadas, por ejemplo Corea del Sur, Singapur, Israel, Finlandia o anteriormente Australia, Suiza o Japón. En todos esos casos y bajo distintas circunstancias, la necesidad imperiosa de transformarse los llevó a diseñar nuevos sistemas educativos coherentes con nuevos paradigmas de desarrollo. Esa visión transformadora y la capacidad de liderazgo necesaria para llevarla a cabo, es lo que debemos buscar en los gobernantes que elijamos.

La economía del conocimiento requiere competir en base a tecnología, innovación y emprendimiento. Nuestro país no podrá ser próspero si no es competitivo y no será competitivo sin ciudadanos con alto nivel educativo, empresarios innovadores y un sistema integral de reeducación permanente de alta calidad y accesible a todos.

Transformar nuestra actual economía de “bajos conocimientos-bajos sueldos” a una de “alta especialización-altos ingresos” antes de que la robotización haga desaparecer decenas de miles de puestos de trabajo que no requieren humanos, es el gran desafío nacional. Debemos elegir con responsabilidad a los que consideramos que son capaces de lograrlo. 

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