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Un pasado que parece presente

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Hacia mediados de los 50’, cuando se terminaba el largo período de guerras y Europa se reconstruía produciendo lo que antes nos compraba, el Dr. Quijano escribía este material que debo agradecer al Sr. Pedro Hernández.

Hacia mediados de los 50’, cuando se terminaba el largo período de guerras y Europa se reconstruía produciendo lo que antes nos compraba, el Dr. Quijano escribía este material que debo agradecer al Sr. Pedro Hernández.

En 1946 habíamos escrito: “Nos hemos ‘salvado’ hasta ahora por obra y gracia de factores internacionales que nos son totalmente ajenos. Hemos aprovechado empíricamente la coyuntura internacional, orientada hacia una elevación de precios. Está en la lógica del sistema y de las cosas, que esa elevación de precios internacionales sea transitoria. Cuando llegue la deflación nos veremos obligados a hacerle frente, en peores condiciones que en 1931… El país tiene que elegir entre seguir viviendo en una euforia artificial que pueda tumbarlo en el futuro o disponerse desde ya, con todos los inconvenientes que ello provoque, a iniciar su cura. No nos hacemos ilusiones. Sabemos que sus gobernantes elegirán lo primero. Es más fácil. No exige autoridad ni reflexión. Elimina las responsabilidades, y hasta cabe la perspectiva de que los problemas no se agudicen, en los años del nuevo mandato... El error consiste, se comprenderá más tarde, en establecer el tren de vida nacional, tanto el de los particulares como el del Estado, sobre la base del nivel máximo de precios y sobre todo de los precios de exportación, como si debieran ser permanentes. Para mantener después la existencia cotidiana del país sobre ese pie, se necesita un flujo continuo de empréstitos nuevos... El río tiene que buscar su cauce. Los errores acumulados, hay que pagarlos. También las destrucciones cometidas”.

Como ahora, también veníamos de una década pletórica. Sin embargo, el mal manejo de aquellos ciclos nos hizo caer en la más larga depresión del siglo XX, mientras el mundo entero crecía vigorosamente. Antes y después repetimos el circuito. Siempre impulsados por iniciativas externas sobre las cuales no teníamos control, gastando sin crear las capacidades internas para torcer el rumbo, y siempre volviendo a empezar sin haber aprendido ni de la ciencia, ni del conocimiento ni de la experiencia. Ajustes fiscales, inflación, endeudamiento, conflictividad, desempleo, empobrecimiento. En el ADN está establecido que la salvación está en el empleo público. La burocracia y la ineficiencia carcomieron las ilusiones. Antes nos comparábamos cómodamente con los países europeos, ahora debemos hacerlo con vecinos que arrastran historias difíciles.

Las recetas de la izquierda no pudieron sostener el crecimiento ni el acceso a mejores oportunidades. El FMI, el Banco Mundial o la OCDE fueron los mentores que igualaron las políticas entre los países, aun con discursos antagónicos. Tampoco se mejoró la gestión y el despilfarro terminó siendo monumental. Mejoraron las políticas sociales que en esta etapa de la historia ya no son ni de izquierda ni de derecha y se han democratizado en todas partes. Hemos aprendido de las experiencias de Rajoy, de Sarkozy o de Bush más que de las de Maduro o Fidel. También del FMI y del BM. Ahora volvemos a empezar. La economía se contrae, pero el Estado, que no se distingue por su eficiencia, debe ajustar a los privados para bajar el déficit. La estrategia pone un obstáculo al crecimiento que, como otras veces, se sentirá durante años por delante.

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Joaquín Secco García

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