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Lejos del ADN progresista

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El aumento de la riqueza, del empleo, la apertura de oportunidades para el progreso, el fortalecimiento de instituciones y la formación de capacidades han estado asociados a lo largo de la historia del país al mejoramiento de la balanza de pagos.

El aumento de la riqueza, del empleo, la apertura de oportunidades para el progreso, el fortalecimiento de instituciones y la formación de capacidades han estado asociados a lo largo de la historia del país al mejoramiento de la balanza de pagos.

Generalmente el detonante proviene de un aumento de la demanda y de los precios de nuestras exportaciones, a lo cual en muchas fases se sumó el cambio técnico y la elevación de la productividad. Entre 2003 y 2014 atravesamos una de las fases de mayor crecimiento de los ingresos y del progreso social. Lo que también es cierto es que nuestras políticas no favorecen el crecimiento cuando se debilita el impulso externo. Los precios de las materias primas son muy volátiles y los ciclos de prosperidad y crisis son más acentuados que cuando se producen servicios o bienes industriales. Si las políticas no consideran estos factores -como ha sido la historia de nuestro país- se cae en la trampa procíclica. La inercia hace que el nivel de gastos de la fase positiva sea inelástico a la baja, asfixiando la recuperación.

Es necesario aprovechar los momentos favorables para hacer cambios estructurales que permitan minimizar la caída, no al revés como lo hacemos. El concepto clave es la competitividad, lo cual además favorecerá la diversificación productiva. La euforia del gasto de baja productividad -Ancap- la vamos a pagar en la fase que se inicia.

Para las exportaciones, seguimos dependiendo de la naturaleza. Tierra, agua, viento, clima, playas, eventualmente hierro y petróleo. No hemos sido buenos -aunque sí hay ejemplos- para acceder a mercados mundiales con volumen y calidad en bienes y servicios dependientes de las capacidades humanas, de la organización, de la innovación y la empresa.

Siempre se ha vuelto a crecer arrastrados por las exportaciones, aunque los precios no hayan sido los mejores. El efecto se logra por el cambio de los precios relativos internos que permite que aun con precios de exportación bajos, el descenso de costos haga posible la reactivación. Esto volverá a ocurrir. Se podría hacer de manera rápida y ordenada, o lenta y conflictiva. En el 2003 se inició un despegue aun con viento en contra, pero hubo que esperar un quinquenio de agonía. Hoy deberíamos ser más ágiles y evitar la cadena de daños derivada del sostenimiento de los precios relativos que tuvimos durante el auge.

Lamentablemente las tendencias van por el lado de pretender dar continuidad a lo imposible. Así se hizo con el diseño del Presupuesto. Ahora hay que pagar Ancap, subir salarios por encima de la productividad, combatir la inflación con medidas recesivas, subir impuestos, aumentar el gasto burocrático.

Un proyecto de competitividad que no aborde los precios relativos en un mundo adverso es utópico. Es el camino para desandar los logros sociales de la década pasada. Se ha reducido el volumen y los precios de nuestras exportaciones. El valor en dólares de nuestra producción se ha contraído. Recomponer la producción es un camino largo que deja demasiada gente en el camino. Irán cesando los empleos de la periferia y mayor vulnerabilidad, pero también de las clases medias menos calificadas.

Un camino que se aleja del ADN progresista y se acerca a la inflación, al ajuste, al desempleo y al estancamiento.

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Joaquín Secco García

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