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La frazada corta

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Durante más de una década, nuestra economía mejoró su desempeño por la combinación de aumento de los precios de exportación y elevación de la inversión extranjera (IED) que en años recientes superó el 5% del PIB.

Durante más de una década, nuestra economía mejoró su desempeño por la combinación de aumento de los precios de exportación y elevación de la inversión extranjera (IED) que en años recientes superó el 5% del PIB.

Como las tendencias económicas siguen estando marcadas por los ciclos de innovación, inversión, demanda y precios, era posible anticipar que un poco antes o después la magia de la soja y de la IED se agotaría. Con la misma lógica que se explica que somos “tomadores de precios”, resignándonos pasivamente a que no hay nada por hacer, también se podría explicar que somos “tomadores de una suerte” que como el clima nos regala cada día un capricho.

Con mayor moderación que el resto del continente nos dedicamos a derrochar la suerte pensando que nos acompañaría por siempre y que pronto seríamos un país desarrollado gracias al azar. Hicimos muy poco, para sostener la continuidad del éxito económico a partir de nuestras propias iniciativas. Aunque seguiremos creciendo, no le irá bien a los emprendimientos de los sectores más frágiles de la sociedad, en contraste con los monumentos en vida como Antel-Arena entre otros.

Felizmente, los nuevos gobernantes intentan recupe-rar el tiempo perdido. Han puesto entre sus prioridades -al menos en las declaraciones porque después será la política quien decidirá- el fin del derroche, acceso a mercados, infraestructura, capital humano, innovación, productividad. El avance será débil si el país mantiene los costos actuales que nos sacan de los mercados. Para mejorar, habría que bajar la inflación, el gasto público y moderar las remuneraciones desalineadas de la productividad. Hubiera sido más fácil hacerlo cuando las condiciones nos daban oxígeno. Ahora vienen las épocas de la frazada corta.

El problema no es de aspiraciones, declaraciones y objetivos, sino de herramientas y respaldo. Se proyecta la creación del Sistema Nacional de Competitividad (SNC). Conviene recordar que en el pasado reciente, las principales limitaciones a la competitividad han sido una consecuencia de las políticas macroeconómicas y de prioridades políticas que postergaron al Uruguay productivo. En la coyuntura, surgen dudas respecto al entendimiento para ir hacia una macroeconomía pro competitividad junto al logro de consensos políticos.

En las últimas décadas se han sucedido innumerables programas con los mismos objetivos que el SNC para el desarrollo industrial, agropecuario, de mipymes… Igual que en la propuesta del gobierno, se ponía el foco en las pymes y se incluían componentes de financiamiento, de subsidios y de acceso a tecnología. Salvo excepciones, los resultados no han servido para modificar sosteniblemente la realidad de los negocios de las pymes. Habría que justificar por qué el nuevo intento será exitoso.

Si las decisiones macro-económicas no se modifican a favor de la productividad será muy difícil encaminar sendas de crecimiento sostenibles en el largo plazo. Se volverá a repetir la historia que ya lleva varios episodios. Por su parte, el crecimiento exportador dependerá por un lado, de las negociaciones que se lleven a cabo y por otra parte, de la productividad de las empresas. Para elevar la productividad empresarial, la escala de operaciones, la organización y la gestión son esenciales. Si solamente se pone el foco en las pymes y en las grandes empresas extranjeras habrá escasas oportunidades de crear localmente capacidades de clase mundial.

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Joaquín Secco García

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