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Sindicatos y sus límites

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Javier García
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Esta semana, luego de que la directora de un jardín de infantes en Puntas de Manga denunciara que fue agredida, los maestros pararon 24 horas en Montevideo. La violencia contra docentes se ha transformado en una noticia triste y grave de los últimos tiempos.

Es parte del deterioro que nos golpea como comunidad. La voz de las maestra era inapelable, nadie ponía en duda su autoridad o la de la directora. Cuando se sancionaba, los padres respaldaban la autoridad docente y eso suponía el respeto a una figura y era en sí mismo un acto educativo. Cuando se agrede a un maestro o se dispara a una ambulancia en un barrio, estamos muy mal como sociedad. Se rompieron los límites.

Lo que cabe preguntarse es si la medida de dejar sin clase a miles de niños es una solución y corregirá lo que pasó. Y ya vimos que no, porque los episodios se reiteran. No existe, lamentablemente, tal reflexión que haga recapacitar y lo que sí queda es la pérdida de días de clase que no se recuperarán. Es además una victoria del agresor que verá un poder enorme en ese acto que logra no solo agredir a una maestra sino a los chiquilines, paralizando masivamente sus clases. Así el que golpea no lastima a una persona, lastima a miles. Muchos de esos gurises, sin clases ese día, quedarán en sus casas solos o a cargo de un hermano un poco mayor o de un vecino, porque pertenecen a hogares donde la mamá es el único adulto y trabaja todo el día. No solo es un problema educativo, es un problema social y muchas veces de seguridad. Dejar sin clase no hace desaparecer el problema y además lo multiplica. ¿Es socialmente legítima la medida? El gobierno no dice nada.

Los sindicatos han crecido en poder en forma geométrica. La confusión entre gobierno y sindicato es lo común. Dirigentes sindicales lo son también del FA simultáneamente y ocupan bancas o asambleas gremiales sin cambiarse el uniforme. Son dos caras de la misma militancia. En la salud y la educación además se les ha transferido poder institucional. En el caso de la educación, en la primera presidencia de Vázquez este compró paz sindical otorgándoles representación en los organismos directivos. En la salud están de los dos lados del mostrador: administran y controlan lo que del otro lado del mostrador ejecutan. Esta mezcla no es buena en ningún ámbito, y terminó en el período pasado con un director sindical de ASSE procesado por contrataciones irregulares. La base del problema está en poner a gobernar a quienes no están legitimados para eso. La democracia es el gobierno del pueblo y este se expresa votando libremente. Cuando un espacio democrático se ocupa por quien no fue votado para gobernar, entonces hay una transferencia de poder de la gente a un poder ilegítimo. Cuando un sindicato le quita espacio a la soberanía popular se pierde democracia. Los sindicatos deben pelear por los trabajadores y el gobierno por el interés general. Nos preguntan cómo se resolverá esto en un eventual mandato nacionalista, y la respuesta es sencilla: haciendo cada uno lo que tiene que hacer, sin confundir los roles. Diálogo siempre pero con un gobierno que gobierna al 100%, y los sindicatos en su tarea. Todo lo que no sea así va contra la expresión popular y libre. Hay que defender la democracia al 100%. Cada uno en su lugar, haciendo lo que debe. Los sindicatos son muy importantes, pero la democracia aún más.

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