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El país de la muerte fácil

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Javier García
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Advertimos realmente lo que estamos viviendo? El Uruguay apacible, lagañoso, es una caldera a presión de daño y muerte. El mundo también lo es, dice el expresidente Mujica, al mejor estilo Poncio Pilato.

Lo que pasa es que no vivimos en "el mundo", vivimos aquí. Y aquí, no era así. La violencia avanzó libre, sin contención, la dejaron crecer. Se pudo evitar.

Un libro conocido esta semana que investiga sobre el primer gobierno de Vázquez, informa que ya allí quiso nombrar a Bonomi como su ministro de Interior. No lo hizo porque este le advirtió que había matado a un policía, por lo menos. Eso hizo que fuera ministro de Trabajo. Mujica no reparó en esa advertencia cinco años después —por razones obvias lo sabía y también era corresponsable— y lo nombró entonces en Interior. En 2015, el mismo Vázquez que lo había descartado lo ratifica ahí. Había un argumento poderoso para cambio tan brusco, el vice ministro era su propio hermano. El combo estaba atado.

Bonomi sabía que no tenía autoridad moral para dirigir al cuerpo policial. Lo sabe también la policía. Esto no es batir pasado, es simplemente prever que los cuerpos verticales tiene que tener respeto por su cabeza, aceptar una autoridad que es legal pero que tiene que tener respaldo ético. El ministro Bonomi no puede mirar a los ojos a sus subordinados. ¿Sus oficiales y los agentes pueden sentir orgullo institucional de su jefe? Esta relación está en la base también de por qué el propio Bonomi nunca expresa solidaridad ante la muerte de un subalterno, siempre explica que algo mal hizo el policía para ser víctima.

Lo otro que argumenta Mujica es que el crecimiento del narcotráfico hizo aparecer el sicariato. Una obviedad. La pregunta entonces es por qué hay más narcotráfico. Lo primero a destacar es que esta afirmación es la confirmación del fracaso de la política de drogas de los gobiernos del FA. El mismo Mujica fundamentó en su momento, con ingenuidad atómica, que la legalización de la marihuana iba a desarmar el narcotráfico y que le iba a sacar el mercado.

El resultado de violencia y crimen hoy es tremendamente peor que en 2012, cuando anunció la legalización de la marihuana. No tiene que ver el consumidor, obviamente, sería una tontería decirlo. Pero está claro que a partir de ahí el discurso políticamente correcto sobre las drogas, sin ninguna campaña de información metódica y fuerte sobre lo que significa el consumo, bajó la percepción del riesgo y favoreció al narco. El narcotráfico no sintió ni cosquillas en su mercado y además, según el propio gobierno, hubo un pasaje a drogas más pesadas. No solo el cannabis no le robó nada al narcotráfico, sino que seguramente el discurso oficial y canchero le abrió más puertas a un mercado que se disputa a sangre y bala. Si la política anterior sobre drogas era equivocada, la actual —por confesión de los propios jerarcas que le adjudican todo a los "ajustes de cuentas"— es un rematado fracaso, fruto de la improvisación.

Hoy en nuestro país rige el gatillo fácil y la pena de muerte dictada por las bandas. La falta de autoridad institucional y personal de Bonomi y el miedo del presidente Vázquez a enfrentar con fuerza a los criminales por temor a la interna del FA, nos tienen sentenciados. A alguien le tocará hoy, mañana, pasado. Es como un tic-tac imparable. El populismo sobre drogas fue la levadura para el crimen.

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